Oh, compañero mío,
esta noche habrá que dedicar cartas ausentes,
como sueños con cintas,
como agujetas flojas
para que el niño tropiece.

La muerte era por ti una caverna oscura
como el sol de tus ojos. Y mi amor
iba navegando sin rumbo horas y horas
como un reloj tardío
sobre el lomo de un río herido de luminarias.

Habíamos los dos convocado
al llanto. El cuchillo
resbalaba,
mientras el tenedor atrincheraba la inmunda carne.

Y te odio tanto, que quisiera el daño más perfecto
para tu corazón
cegado por tu propia belleza. Porque sí:

toda esta vida
fui una gaviota con las alas rotas
yendo a buscarte,
ola tras ola,
a un paraíso náutico de miseria.