Un tigre. Está paseándose junto a la fuente. Se contonea
sin ser visto. La oscuridad crepita y arrastra
frondas amantes convocando arrecifes de desesperación
en cada vientre de ajo molido,
en los garrobos que sueñan su extinción.
Éste es el puerto: la montaña está cerca.
Y todo abismo es inestable:
la fealdad, el templo de la caries, el amanecer,
crecer sin finalidad. Mañana: el aburrimiento de domingo
alborotará naufragios, sediciones inútiles,
las ganas de reír sin tener con quién.
El Niño, ese clima gemelo, ya sopla,
ya levanta las crestas, y el mar es sopa caliente;
ya exclama los augurios (las tortillas atestiguarán la descomposición;
los sombreros de paja ennegrecerán).
El tigre se moja en la lluvia torrencial, indiferente:
desea meter el hocico en un amasijo de nervios.
Los ladrillos fraguan arañas, sensualidades,
apuñalamientos, corazonadas.
No hay pornografía; pero interesan los barcos
como vagabundos con costras en el pelo.
Todo es una maraña de jeroglíficos. Huele bien.
A ladrillo mojado y da hambre de morder la tierra:
las anemias situadas como debilidades de despertar tarde.
Se apagaron las casas. Y llegaron las velas.
Pero ha llegado también el Demonio.
Danza en las osamentas presentidas,
exuda una peste familiar.
Y el resoplido clama una mano alargada, la invitación
al sacrilegio: mano en travesía
con algoritmos de hormonas. En sopor de tedios,
su mirada fornica con luciérnagas.
Y sube y baja. Y escoce e inaugura. Y aprieta.
Los dedos de los pies son epilépticos.
Y la tormenta ha entendido el vals
y corresponde. La cera va dibujando ángeles sobre el cobre.
Y nadie tocará a la puerta para instalar rubores vertiginosos.
El tiempo es boca que devora;
es el pitón que apretará tus huesos
hasta licuarte en la maravilla.Plancha guardada. Estrías de rayos dividendo los reinos del cielo.
El semen ha vuelto a brotar sin fuerza.
Tanto que decepcionó.
La tarde es un cólico sin sentido.