En esta ocasión tenemos una colaboración muy especial, ya que el escritor jalisciense Neri Tello nos ha mandado una entrevista con el poeta Víctor César Villalobos a propósito del reciente lanzamiento de su libro Lanza turbia (Salto mortal, 2024).

Neri Tello (Zapopan, 1978) es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Se desempeña como profesor en la preparatoria 0 7de la misma Universidad. Ha sido tallerista y promotor cultural. Publicó los libros Cuerpo roto (Paraíso perdido 2004), Playas undergroud (Arlequín 2005), Vertebración del silencio (FETA 2010), Revolución groovy (Versodesdierro 2013), La cojodorita (Viento cartonero 2017), En lenguaje insecto (STAUdG 2018), Oración de la raíz (Mantis, 2018), En el hoyo funky (La zonámbula, 2018) y Las hijas de los hombres (Pinos alados, 2020). Se encuentra antologado en Poesía viva de Jalisco (Secretaría de Cultura de Jalisco, 2004), 20 años de Creadores literarios FIL Joven (Universidad de Guadalajara, 2014), Mar de voces (Universidad de Guadalajara, 2017), Dolor de ausencia. Poemas en torno a la soledad (Universidad de Guadalajara, 2018). Es compilador de la antología El viento y las palabras. Renovación poética en Jalisco 1980-2000 (Zonámbula, 2014), Árbol de voz múltiple (Universidad de Guadalajara, 2019). Actualmente cursa la Maestría en Estudios de Literacidad en la Universidad de Guadalajara.

Por su parte, Víctor César Villalobos Villaseñor (Guadalajara, 1978) es poeta, cronista, tallerista, reportero, editor y traductor. Estudió Letras hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Ha sido colaborador del sitio de crónica El Huevo Cojo.  Como poeta ha publicado Calles, espejos y cantos (Libros Invisibles, 2014) y Makinaria poética (Edición de autor, 2018). También ha publicado en antologías como Poesía viva de Jalisco (2004), 101 poetas. 101 pintores (2009), Parkour pop-ético (2017), En la orilla del tiempo. Antología de poetas jaliscienses nacidos entre 1967 y 1979 (2021). Ha coordinado y editado la revista de los bachilleres de la Universidad de Guadalajara Vaivén y el proyecto de revista virtual Bichos implumes de la Preparatoria 7. Tiene un sello editorial autogestivo, A_[lt]tenas, en el que publicó Descíframe o te devoro (2023) de la poeta Elizabeth Mejía. En el ámbito laboral, trabajó como coeditor web de cultura y espectáculos en Mural de Guadalajara y como asistente de edición en La Jornada Jalisco. Fue editor de la sección de policía en Página 24. Realizó comunicación social en el Centro para la Cooperación Regional para la Educación de Personas Jóvenes y Adultas de América Latina y el Caribe (CREFAL).


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Para quién no lo conozca, y para quien sí tenga referencia del trabajo previo de Víctor César Villalobos (VCVV), a quien todos llamamos Chiva, es originario de Guadalajara, estudió la Licenciatura en Letras Hispánicas y a lo largo de sus poemarios Calles, espejos y cantos (Libros invisibles, 2014-2023), así como Makinaria poética (2018), ha transitado desde la música como elemento disparador de un lenguaje metafórico, al diálogo interno y la búsqueda de su lugar en el ejercicio poético. Hoy nos convoca y nos reúne nuevamente en torno a Lanza turbia (Salto mortal, 2024), una serie de poemas donde el eje principal es el cuerpo y el movimiento.

En el inicio de tu poemario comienzas hablando del “Juguete que juega conmigo, el juguete que hace de mí un conmigo”. ¿Por qué la música y la infancia (representada en el juguete) son los elementos necesarios para un despertar? ¿Qué significa, para ti, el despertar?  

Para mí la música lo comenzó todo. La música es casi un haber nacido ya nacido: la explosión sonora de emociones que me convocan y me reclaman aquí, ahora; la vida que trasciende la vida: la vida que sabemos finita, pero que perdura, en música.

Por otro lado, la infancia es mi única patria. Y aunque la sé perdida para siempre, suelo recordarla con gozo y siempre con nostalgia: melancolía. Yo particularmente no vuelvo a ella porque fui muy feliz, pero en este poemario quería explorarme desde ese recuerdo temprano –quizá implantado de las charlas de mi madre en las sobremesas– de ese pájaro de música (a mí me gusta el cenzontle y su sonoro y múltiple nombre) que tenía dentro una caja de música que, al darle cuerda, me suspendía en el tiempo y su negación. Era todo embeleso, obnubilación, canto imposible y maravilla que después, al explorar sus entrañas, entendí mecánica, frágil y aun de una belleza de filigrana, de tono dulce y sublime en su sencillez.

Así, el despertar a la vida –al menos en Lanza turbia– es el despertar a la música y al primer contacto con el arte, que entiendo como la huella de la piel y la osamenta de nuestros ancestros que tallaban el hueso y curtían la piel: esa inquietud de, a pesar de sabernos en el tiempo, mostrarnos infinitos. El despertar también me sirve, en el poemario, para ir configurando ese ovillo, esa pérdida que es la música y que luego trasmuta en un ente oscuro y filoso dentro y que se va transformando y tomando cada parte de mí que no es un conmigo y que me va desvaneciendo

“Mi mano toca la música acaricia, aquilata; sostiene, inflama se desvanece; pero la palpa con los vellos, con las puntas del vacío”. En tus trabajos anteriores está presente la música, como un elemento característico y de identidad. ¿Qué sentido para ti tiene la música y cómo ésta se convierte en un elemento en la construcción de un lenguaje poético?

La música para mí fue la puerta de entrada a drogas más duras, como la poesía. Ante la imposibilidad –la falta de disciplina o lo que haya sido– de convertirme en un rockero decente (o siquiera un músico diestro), o pintor, elegí la pluma para cantar y escribir imágenes. Muchas veces parto de la música que me gusta e intento transformarla en lenguaje poético –ignoro si he sido eficaz–. Es por eso que muchas veces el sentido en mis poemas se ve sacrificado por la musicalidad y la búsqueda de imágenes.

Ahora que puedo hacer sonar un poco una jarana jarocha (siempre quise acercarme a un instrumento y la guitarra me sigue pareciendo intimidante; contrario a la jarana, que me parece más amable), siento que tengo más apertura con lo que escribo, siento que he desarrollado otro oído.

“Mi cuerpo cohabita en alcohol y calles amarillas de polvo / mi cuerpo grita encapuchado / hace ronda contra el frío”. Desde la cosmovisión de algunas culturas indígenas, el canto es celebración a la vida y a la naturaleza, y tu trabajo recupera un poco de la construcción de ese discurso, con la diferencia que se convierte en la celebración de la derrota, ¿Por qué utilizar el cuerpo como un instrumento metafórico en la construcción de un discurso de derrota?

El cuerpo es el vehículo por el cual interpretamos, percibimos y conocemos el mundo y sabernos mortales es su derrota, la anulación del mundo, su negación. La ventaja de sabernos derrotados es que no tenemos nada más qué perder, o al menos eso plantea Occidente. Por otro lado, lo interesante de las cosmovisiones mesoamericanas es que no se plantean la muerte como una derrota, sino como un continuo de la vida misma y es quizá ahí donde intento bosquejar esta continuación: sí, desde la derrota, pero con la conciencia de que floreceremos, a pesar de todo.

Yo crecí en los años noventa y se nos despojó de cualquier atisbo de futuro: de ahí el signo de mi derrota; sin embargo, para mi generación vivir es resistir; respirar es enfrentarte al monstruo que, en apariencia, nos tiene acorralados y desesperanzados. Y aquí seguimos.

Y celebramos.

Y bailamos.

Porque también la resistencia es festiva, barroca, desmadrosa y poesía, al final: cargada de futuro, como quiere Gabriel Celaya.

Yo no provengo de una nación indígena, pero me interesa explorar esa vena, no como nacionalista o extractivista, sino como náufrago: a tientas, a puro pulmón: rendido. Las resistencias indígenas, tanto de nuestro país como del mundo, están señalándonos el futuro, siento que nos regalan una forma de imaginar y eso es impagable.

“El cuerpo triunfa, sagrado, en bacanal; calma la abertura inédita a mieles de escarabajos y asesinos”. La celebración se convierte en elemento esencial en el poemario ¿Cómo es que el cuerpo se convierte en el rito y éste a su vez en el corazón de un discurso que pretende hablar desde la espiritualidad con los dioses?

El cuerpo es celebración de lo finito, de la pérdida irremediable. En estos poemas intento acercarme a la espiritualidad festiva de ser cuerpo. Así, toda la sensualidad que asoma en este poemario tiene qué ver con los sentidos, con sus excesos, con sus colores y también con su oscuridad. Libar con los dioses como iguales sólo por el hecho de sentirnos vivos.

“El ritmo y el océano / de una estampida: / de la selva de sal que somos / entrelazados”. El ritmo, a lo largo de los poemas, forma parte de una danza; en los poemas existe también una búsqueda de lo sensual. ¿Cómo es que lo sexual es parte fundamental en la construcción de los poemas y, sobre todo, parte de este discurso de derrota?

Me gusta mucho el movimiento, el ritmo sutil de las palabras y la danza mundana del pensamiento e intento que se note en mis poemas: desde su composición en la hoja en blanco hasta el brillo que busco que dé cada palabra, cada acento; en fin, la danza turbia que –espero– deje al lector con este movimiento de la música del pensamiento.

En este sentido, es imposible para mí pensar en movimiento sin que lo asocie con la sensualidad. “Bailar es soñar con los pies”, dice Sabina. En Lanza turbia hay una exploración del cuerpo como principio del placer, del compartir(nos). Ya no en un conmigo, sino en un nosotros. Generar esa música que resuene a veces síncopa y a veces diástole que riegue nuestras venas y cavidades. Que contradiga la masculinidad hegemónica y que abrace la vulnerabilidad. La derrota es aquí esa petite mort que tanto amamos y que quisiéramos prolongar entre les tombes.


“Uno debería /saber que /es un bosque / dentro que no existe”. A lo largo del poema encontramos también esta necesidad de definir lo que es el ejercicio poético, y lo que es la esencia y ser. La poesía es una búsqueda ontológica. ¿Qué implicaciones existen para encontrar una respuesta a estas interrogantes, el ser y la poesía?    

En el momento en que empezamos a formar una palabra después de la otra vamos encontrando interrogantes que nos rebasan, que nos someten y que, si todo sale bien, nos liberan. En este sentido, la poesía también se va conformando a través de dudas, de alientos y de manera orgánica, como musgo, como un árbol, luego un bosque. Luego nada. Y eso somos.