Para poder atisbar las significaciones profundas del vampiro literario, recurriremos también a la psicología profunda y su concepto del inconsciente colectivo, en aras de delimitar las funciones psicológicas que esta figura simbólica cumple para una colectividad y la literatura en general.

Es posible considerar al vampiro, desde la teoría de Carl Gustav Jung, como un arquetipo universal. Hemos ya revisado la ancianidad de la idea del vampiro y su influencia en las representaciones imaginarias y mitológicas primitivas. Un arquetipo, De acuerdo con Jung es “una imagen primordial, generalmente extendida, que pertenece al orden de los arcanos de la historia general humana del espíritu y no al campo de las reminiscencias personales.”[1] Los arquetipos son “los pensamientos más antiguos, generales y profundos de la humanidad. Tienen tanto de sentimientos como de pensamientos; es más, poseen algo así como una vida propia e independiente.”[2]  Jung recuerda que estas representaciones fueron llamadas, “imágenes primordiales” por Jacob Burckard quien las definió como “posibilidades de humana representación, heredadas en la estructura del cerebro, y que producen remotísimos modos de ver. El hecho de esta herencia explica el increíble fenómeno de que ciertas leyendas estén repetidas por toda la tierra en forma idéntica.”[3] [4]

Idea que nos explicaría la universalidad del mito del vampiro en las culturas. Estos arquetipos informan el inconsciente colectivo o sobrepersonal, mismo que es “el tesoro sepultado del que la humanidad ha ido sacando sus dioses y demonios y todos esos pensamientos, fuertes y poderosos, sin los cuales el hombre deja de ser hombre”.[5] Estas imágenes contienen lo más grande y bello que la humanidad ha pensado y sentido, así como también las peores “vergüenzas” y “diabluras” de que los hombres han sido capaces.[6] Y esta memoria colectiva inconsciente posee contenidos afectivos que actúan sobre la vida del hombre e inciden en su realidad.

 

Por cuanto participamos, por nuestro inconsciente, en la psique colectiva histórica, vivimos, naturalmente, de un modo inconsciente, en un mundo de ogros, demonios, magos, etcétera; pues éstas son cosas en las que han depositado poderosos afectos todas las épocas anteriores a nosotros. También tenemos participación con dioses, diablos, con salvadores y criminales. Pero sería insensato quererse atribuir personalmente estas posibilidades que existen en lo inconsciente. Se impone pues una separación lo más honda posible entre lo personal y lo impersonal. Con eso no negamos de ningún modo la existencia, a veces muy eficaz, de los contenidos del inconsciente colectivo. Sin embargo, como contenidos de la psique colectiva se contraponen a la psique individual y se distinguen de ésta. En el hombre ingenuo, estas cosas no estaban separadas naturalmente de la conciencia individual, porque la proyección de dioses, demonios, etcétera, no era entendida como una función psicológica, sino que eran considerados como realidades sencillamente aceptadas.[7]

Jung, haciendo una defensa del inconsciente, asevera que lo irracional tiene un lugar muy importante en la civilización.

¿Se ha demostrado nunca, o se podrá demostrar alguna vez, que la vida y el destino, concuerdan con nuestra razón humana, es decir, sean también racionales? Por el contrario, tenemos fundadas sospechas de que son irracionales, o, dicho con otras palabras, que en último término se basan en fundamentos situados allende la humana razón. (…) La plenitud de la vida es regular y no regular, racional e irracional. Por eso, la razón y la voluntad fundada en razón no valen sino durante un corto trayecto. Cuanto más extendemos esta dirección racionalmente elegida tanto más seguros podremos estar de que excluimos la posibilidad irracional de la vida, posibilidad empero que tiene también su derecho a ser vivida. Ha sido ciertamente una gran conveniencia para el hombre el estar en situación de imprimir una orientación a la vida. Con razón y con justicia se puede afirmar que la mayor conquista de la humanidad es el haber adquirido la racionalidad. Pero no está dicho que esta razón impere en todas las circunstancias.[8]

De acuerdo con este razonamiento, se concluye la importancia que puede tener el mito del vampiro para la literatura, el cual elaboró y legó una filosofía artística basada en la emoción y lo irracional. Comprendemos, y podemos asumir con Jung, que el vampiro literario, significó y sigue significando para ciertos autores o lectores una proyección de lo inconsciente. La obsesión por el vampiro, el vampiro endiosado, cumpliría así una función psicológica importante para el periodo histórico al que caracterizó o para unas individualidades específicas. Jung explica que el hombre, al no deber identificarse con la razón, por no poder ser nunca enteramente racional, no debe suprimir su pensamiento mítico, pues éste cumple una función psicológica. Si no hay Dios, lo más parecido a una fuerza superior en el hombre es la gran suma de energía psíquica del inconsciente, un instinto o complejo representativo sometiendo al servicio del Yo. Es así como ciertos intereses seculares de los hombres se convierten en especies de divinidades, que reúnen, en torno suyo, creencias o militancias organizadas.[9]

Y es que el mito del vampiro, literario o no, como una figura que condensa una experiencia humana antiquísima vinculada con lo irracional (Eros y Thanatos: por un lado erotismo y la sexualidad, y por otro, la pulsión de muerte y la destructividad) no puede ser explicado desde esta teoría sino como una necesidad psicológica irracional, al servicio de la especie.

No hay otra posibilidad sino reconocer lo irracional como una función psicológica necesaria, puesto que siempre está presente, y tomar sus contenidos no como realidades concretas (esto sería un retroceso), sino como realidades psicológicas; realidades, porque son cosas activas, es decir efectividades. Lo inconsciente colectivo es el sedimento de la experiencia universal de todos los tiempos, y por lo tanto, una imagen del mundo que se ha formado desde hace muchos eones.[10]

Dentro de estos trazos reconocibles en el inconsciente colectivo, encontramos algunas líneas llamadas por Jung “dominantes”. En su teoría, éstas corresponden a las potestades, dioses, imágenes de leyes o principios dominadores, imágenes o conceptos intuitivos que son posibles de trasladar a la representación.[11] Pienso, apoyado en la abundancia de la evidencia antropológica, en el vampiro como uno de estos principios dominantes del inconsciente colectivo universal.

[1] Jung, Carl Gustav (1988): Lo inconsciente. Losada: Madrid, p. 83

[2] Ibídem, p. 84

[3] Ibídem, p. 83

[4] Campbell observa la similitud de esta teoría de los arquetipos con otras. La compara con la teoría de Adolf Bastian de las “ideas elementales” étnicas que, en su carácter psíquico primario, son consideradas como las disposiciones psíquicas germinales a partir de las cuales se desarrolló toda la estructura social. Con la idea de Franz Boaz cuando dice que no le queda duda de que las características mentales básicas del hombre son las mismas en todo el mundo. Y también con la idea de James Frazer de que las similitudes entre las religiones de Oriente y Occidente obedecen al efecto de causas que actúan de igual modo sobre la constitución semejante de la mente humana en las diferentes latitudes. Por su parte, Jung señaló que tomó el término de Cicerón, Plinio, San Agustín, etc. Cfr.: Campbell, J. (1959): Op. cit., pp. 18 y 19

[5] Ibídem, p. 84

[6] Ibídem, p. 87

[7] Ibídem, p. 113 y 114

[8] Ibídem|, p. 64

[9] Ibídem, p. 89 y 90

[10] Ibídem, p. 115

[11] Ídem