(Para realizar el siguiente ensayo, se buscó un lenguaje poético que dialogara con el de la autora en su poemario novel Lámparas de sueño, editado en Guadalajara en 2007, por ediciones Literalia, en su colección Laúd.)
Dice que tiene muñones en el corazón, que son tantos los pecados que en su nombre habitan. A fuerza de martillazos, de amor de sexualidad, su nombre está enfermo y le duele. Dice que es falange amputada modelo512. Dice de la angustia de la frustración y del deleite consumado. Dice la eterna ternura de ser, de escribir una taza de un nombre: la escritura de los sustantivos frente a la poeta, donde alucinación y arrebato se aúnan a inteligencia y melancolía belleza de pronto (“las campanas matizan este color sepia”) lo mismo que un claro apacible en un bosque intrincado de símbolos.
“Romperemos la noche,
avanzaremos”
Pero [6.30] recuerda el famoso “Árbol de Diana”: La feminidad atrapada en sí misma, (“Esta es la última vez que dejo todo para que se pudra”), raciocinios de alta densidad como un relámpago grisáceo como la mayoría de las almas. (¿Habla ella del alma? –No lo recuerdo. Ya no deseo saberlo.) Expresionismo casi algebraico. Cuaderno intimista-creacionista de una poeta joven y sus objetos gravitantes que escribe por la escritura que se va de repente sobre el renglón como sobre una pista de deslizamientos. Me ha recordado la repentina ruptura en la escala primaria de la razón. Y otra vez el nombre: la identidad, la unidad del ser, coordenada única entre billones de coordenadas. Lámparas de sueño: ingenio ingenuo; como decir “Temblor es a miedo”, que lo digo yo. Así, moderno. Como él, enfermo, a veces de articulaciones, de movilidad del lenguaje (muchas palabras son inválidas, estáticas o estacionarias).
Dos poemas largos de prosa cierran cuadradamente el poemario. El primero es “Animal de soledades”, tal vez porque alguna vez leyó que “el hombre es animal de soledades, / ciervo con una flecha en el ijar / que huye y se desangra” Leticia hace de su nombre una forma, como la de Rosario Castellanos de vivir escribiendo “fragmentos para dominar el silencio”, diría Alejandra Pizarnik. En este texto se imaginan las imágenes. “El mundo está pariendo verbos”, dice cuando sabe que existe el lenguaje y que carece de sentido, como el mundo. “El mundo es un zoológico de sentimientos”, porque cada sentimiento es animal, como el hombre. Y femenino: “De una lágrima brota una mujer” ¿Duelo? Brota varias veces a lo largo del mismo poema. Y matamos lo que amamos (otra vez las voces del pasado hablan por garganta prestada).
El último poema, “El horizonte”, es también, por definición surreal, como el horizonte mismo, porque el horizonte nunca es horizontal, sino circular. “El horizonte” evoca su infancia y su familia, de donde vino la identidad de la poeta, donde empezó a gestarse su nombre. Su nombre que se escribe horizontalmente.
Lámparas de sueño: cada poema como hecho de esa luz que ilumina los hologramas de la realidad y las ensoñaciones. Y donde la autora está acurrucada en el nombre de Dios.