Leer la primera poesía escrita hacia la mitad de la primera década de este siglo por el argentino Federico Ariel Durán es una ECM (experiencia cercana a la muerte). Pero platicar e intimar con él es aún más placentero. La poesía de él tiene ese no sé que hace a la poesía verdadera. Él Se autodefine como “cuerpo de venas de tinta negra, labios que nombran la oscuridad y la voz que murmura el viento en el páramo”. Su poesía –agua oscura-–no siempre necesita de un cauce, sino que puede fluir en completo desquicio, música en aparente disonancia, pero que encierra, casi herméticamente, como un secreto en los labios cerrados de un difunto, una forma completa y única de ser soledad, muerte, ausencia y olvido. Adentrarse a su poesía es como mirarse en esa cara oscura del espejo donde solo observamos nuestra irreparable perdición, el sacrificio sin remedio de nuestra vida, o a lo que así llamamos inútilmente.

Federico ama las estatuas. Dice que su mayor ambición es crear la estatua más bella y perfecta. Y aunque no esculpe, sus poemas a veces parecen estatuas que parecen llorar su frío desamparo lo mismo que una gárgola en una catedral de horror. Las estatuas pueblan sus dolientes poemas y él las venera con las palabras más nobles y más sensuales.

Gótico hasta la medula. Ariel Durán, alrededor de sus escasos 18 años escribió los versos y “sonetos disonantes” más mortuorios que yo alguna vez haya leído. Su negro romanticismo parece no necesitar de esa luz, por más breve o pálida que ésta sea, que lo caracteriza.

En cuanto a su persona, su conversación es placentera, culta, voluptuosa. Es de esas personas con las que desea uno siempre amanecer bebiendo el vino, erotizado por la contemplación de la belleza natural de este mundo que no alberga esperanza.

A pesar su gran calidad estilística, este joven maestro nunca pudo ver su obra unida, ofrecida en ese precioso ataúd que supone todo libro. Con los años cambió su escritura a una más sencilla y emparentada con la canción; y dejó de olvidarse de sus sueños de alcanzar la eternidad con su poesía, conformado en los últimos años con un trabajo de guardaespaldas. Yo me di a la tarea de salva algunos de sus poemas primigenios, de invaluable hermosura, digna de toda inmortalidad, y, con todo mérito, tesoro de ésta pútrida humanidad. Para muestra este poema.


LA MEMORIA INCONCLUSA

Si te confesara que agonizo
cuando rememoro cada momento
en que me encerrabas dentro de tu boca
para gritar todas tus verdades incomprensibles,
y que sonrío invocando un antiguo deseo
cada vez que el tiempo me revela
tus mortecinas expresiones de dicha,
tal vez comprenderías que el silencio
es menos confuso en nuestros refugios laberínticos...
Muéstrame el camino que lleva
al lugar donde nuestras miradas son voces
sin tiempo, oh belleza de identidades indescifrables...
Si te confesara que cada noche muero en tus labios
y que nada es más hermoso que tu grito sangriento
y que los ojos de nuestra incomprensión
no son más que aquellas promesas en donde éramos estatuas
que sonreían con una dicha semejante a niños
que nacen y mueren
en cada uno de sus llantos vacíos,
quizá me abandonarías al perpetuo estigma
de buscarme dentro de mis propios espejos
que me dañan tanto
con sus reflejos de paisajes sin tiempo.
Oh belleza de rostros enmascarados.

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