A todos nos falta todo.
Tenemos un hueco justo en el punto medio entre cada pezón
que no se sacia en nada.
Somos pobres, enfermos, muertos.
Nacimos huérfanos. Nunca tuvimos casa y
aún así nos despojaron de ella. Nos falta un ataúd.
El mundo no es nuestro; ni siquiera
el aire que respiramos.
No hay nadie que nos acompañe de verdad en la cama
siquiera para un diálogo trivial.
Nunca hay tal relación sexual.
Nadie nos quiere sin interés: nadie es amigo.
Se ama por necesidad
como pidiendo limosna
en escasas palabras
por lo que nos arrebataron al engendrarnos.
Hay hoyos también en la ropa
que no se repararán.
Hay goteras en el techo
y no tienes dinero ni interés por repararlas:
esas lanzas caen persistes
sobre tu cabeza vacía,
embarrado en tu sillón,
viendo series televisivas sobre sicariatos, porque
para ti no existe mejor cosa
y no tienes acceso a ningún libro.
Carecemos de todo tiempo. Porque él es
de la eternidad. Y ella no comparte nada.