En el camino es el tomo que reúne 20 años de la poesía escrita por el polígrafo, editor, docente y bibliómano Daniel Zetina, a partir de 1999 y hasta 2019. Como es evidente, el título nos sugiere la idea de un trayecto, en este caso obviamente vital, experiencial, pero no necesariamente hacia algún destino, puerto o lugar de llegada; sino más bien es la idea del caminar en sí mismo como actividad inherente y despegable del ser humano, tan sólo desde que dejamos los pies de la cama y nos enfrentamos con mucho o poco valor a las fatigas y los afanes del día. Han dicho muchos escritores que las caminatas ejercitan el pensamiento y es común que el poeta en algún momento se detenga en su andar para revisar los pasos, si han tenido alguna dirección o si han sido tan solo la fracción de arco de un círculo que no sabemos cuándo se va a cerrar. La vagancia como poética que propone en uno de sus libros Guillermo Fadanelli.

El autor en 2022
El libro recoge los primeros poemas del autor publicados muy joven en periódicos de su ciudad y en medios digitales, en aquel fin de siglo y espíritu milenarista que llenaba de ilusión a los jóvenes, pero también de cierta incertidumbre de saber cómo iba a ser ese tan cacareado siglo XXI. Pues bien: se descubre que en los que hemos vivido a caballo entre estos dos siglos se han dado los objetos de pensamiento de siempre: el amor, el deseo, el vaivén de lo sufrido y gozado, la dicha, la incertidumbre, la duda, la escritura misma. Sólo han cambiado las formas. En este sentido, la poesía de Zetina recurre a una combinación entre un lenguaje directo pero cargado ya sea de emotividad o profundidad reflexiva e imágenes inusitadas que invitan al detenimiento, al ejercicio de la interpretación y dejan un misterio en el lector, porque es posible que esa combinación de dos palabras o esa frase digan tanto que todo su sentido posible escapa a la compresión racional o, como suele creer mucha gente, “no digan nada”, lo cual también es determinante y súper necesario en algunos momentos. Porque si hay un oscuro deleite a veces muy secreto para el poeta es regodearse en el lenguaje, y unir lo que no había sido unido: esas palabras que no deberían estar juntas y juntándose producen una chispa de magia, según la célebre noción de Federico García Lorca. Es decir: es inevitable andar por caminos que otros han frecuentado; no obstante, la relación subjetiva y afectiva que el poeta tendrá de su transitar y de ese espacio recorrido será siempre única. Si tiene rosas o espinas puede ser el mismo, sol que sentido de manera diferente.
“Tengo un niño, / una lata de aluminio, / el pie que la patea”: es todo el poema llamado “Resumen”, en el que podemos leer algunos núcleos muy importantes de la estética de Zetina en este conjunto de poemarios reunidos. Primero, la infancia recuperada gracias a haber decidido nunca perder la capacidad de asombro y no enajenarse en las estructuras esclavistas y castrantes de la sociedad del capital; luego, el juguete a usar, pues el aluminio puede ser tan fácil o difícil de moldear que el lenguaje según la capacidad del artesano o del artista; finalmente, y lo más importante, la impronta del juego, pero sobre todo de haberse decido a jugar, el arrojo de haberse impulsado a una actividad aparentemente innecesaria; y más: una nota de coraje en esa patada que es una patada a la cara del mundo, a su muerte, a su vacío, a su aplanamiento. Así, es muy significativo que su primer poemario consignado se llame Pateando latas que aglutina textos de entre 1996 y 2000. Le siguen Primer hogar (2000-2006), El reino de la estulticia (2010), Alabanza de libro (2013) y Poeta paga la renta (2017), en los que desde los mismos títulos ya se inscriben ciertas figuras de la realidad biográfica del autor: su hija, el abanico posible de sus emociones que pueden ir desde la vanidad narcisista al derrotismo, las bebidas embriagantes como símbolos cultuales, la pasión por los libros, el oficio tan difícil e infravalorado del poeta, etc. Un centenar de páginas.
Si bien se nota una “adultización” de los motivos conforme se avanza en el libro, ese niño que patea latas permanece hasta el final: ese es el duende del poeta, el alma sensitiva del artista que es Daniel Zetina, que corta el listón de inicio de este camino e invita al lector a explorarlo, prometiéndole encuentros, pero advirtiéndole que lo hace bajo su propio riesgo.