Es verdad: todos los que aman mueren,
están muriendo juntos.
Cada respiro es el desgaste necesario a su caída.
Los novios que van tomados de la mano
estrechan un temprano o tardío cadáver.
Con más o menos vigor se apresuran al final
en que la muerte los une en santidad.
No es necesario un pacto suicida
ni apurar juntos el cianuro o el arsénico de la sabiduría,
ni beber de la misma copa la cicuta
o arrojarse a las vías del tren abrazados:
basta salir a la calle, al sol, a la oxidación,
ser traspasados por el haz aniquilante del tiempo
que deberíamos llamar tempestad.
Lo nuestro fue muerte a primera vista.
Y cada día revivo rogando por más.
Sin embargo, belleza, candidez,
no hay fatalidad, no hay holocausto.
Sólo la muerte permanece muerta.
¡El amor es inmortal!