Se extingue el canario, se abate el bosque
y la niebla acaba de ofuscarnos el camino
si tu mano no me confirma su presencia en el terror
de sobrevivir al mundo que nos acosa con manos de exterminio.
Se trastorna el tiempo y puede más que lo imposible.
A veces, a solas con el agua,
nuestra esperanza sueña o alucina.
Grandes praderas parecen murmurarnos
de ese misterio enterrado que es la vida;
y es como si una alta campana de cristal
anunciara el fin de la tribulación,
que El Mal ha sido lavado de la faz del universo.
Tristeza, tristeza derramada de ánforas
como un aceite oscuro y espeso.
La luna es un coágulo de leche en la noche,
las estrellas caen de debilidad
porque los árboles padecen mutismo.
No debemos seguir respirando un minuto más
un perfume que sabemos no perdurará.
Quisiera ser la enredadera, para ultrajar tu tronco,
y que si de ti me arrancaran
de raíz fuera dañado.
O que tú te convirtieras, súbitamente, en una hoguera
para así arrojarme a tu melena
y quemar mi pecado de existir.
La garúa no bendecirá el alimento
porque el crisol de todo hechizo está quebrado.
Me recuesto en la era segada del hoy.
Todo sufre un silencio que aturde.
Aves de luto se posan como centinelas
en la casa que edificó nuestra autocompasión.
Y es que amar es así:
un muerto junto a otro, cenizas sobre el viento.
Y nada más.