La errancia es un tema esencial del mito vampírico en la literatura que, curiosamente, no ha sido puesto de relieve lo suficiente por la crítica especializada como lo han sido otros temas intrínsecos al mito como la sexualidad o la trasgresión. La lista de vampiros viajeros en la literatura del género que va del periodo gótico al posmoderno es amplia. Tales vampiros llegan de improviso a una ciudad o pueblo y se empeñan en seducir a una víctima favorita –preferiblemente si ésta es joven y hermosa–, o bien, siembran la muerte en derredor sin miramientos.
Ya desde los inicios del mito tal como lo conocemos contemporáneamente, en las primeras descripciones literarias (que pretendían ser crónicas) de muertos redivivos que se decía salían de sus tumbas en Europa Oriental en los siglos XVII y XVIII, encontramos la figura de un ser que debe deambular por los poblados para alimentarse de sangre de ganado o de personas. Este redivivo no tiene otro hogar que el de la tumba, de la cual debe salir movido por el hambre. Como un Caín desposeído de la gracia, esta temprana forma del vampiro occidental es ya un ser que vaga, ronda, merodea, al asecho. Sin embargo, será en las elaboraciones literarias gestadas a partir del Romanticismo cuando el vampiro, convertido ya en un ser con particularidades sobrehumanas y refinadas hasta la aristocratización, se vuelve en un viajero por excelencia, en un afán no sólo de encontrar su natural alimento, sino conocer el mundo, explorarlo o, incluso, buscar compañía o el sentido de su existencia.
El primer caso notable es el de Carmila (1872) de Sheridan Le Fanu, donde aparece la que es quizá la vampira más célebre de la historia literaria, quien es presentada como una figura nómada. Carmila, la vampira, llega de una manera misteriosa a Estiria en Austria, y es alojada en el castillo de una familia noble, donde trabará una desconcertante amistad con la hija del dueño, relación tensada entre la sensualidad y el terror. Es el carácter errante de la vampira lo que da una nota turbadora a su identidad y a sus orígenes desconocidos.
Basta también recordar el paradigmático caso de Drácula (1897) de Bram Stoker, apoteosis de la narrativa vampírica, en que el vampiro, un conde autoexiliado en un castillo, decide emprender un viaje trasatlántico para encontrarse con Mina, la mortal a la que desea como esposa. Este viaje se realiza en el barco Démeter y tiene como destino Londres, ciudad a donde el vampiro lleva la muerte y el vampirismo. En la célebre adaptación cinematográfica de este clásico, Nosferatu (1922), el vampiro hace el mismo viaje con idénticas razones llevando la peste consigo, enfermedad que desde los orígenes folclóricos del mito ha estado asociado con este monstruo. Es este viaje de Europa Occidental desde los Cárapatos, reducto signado con características de lo primitivo, para irrumpir en una Inglaterra que es símbolo de la modernidad incipiente, lo que ha permitido a algunos críticos leer en esta novela un emblema de la oposición civilización y barbarie. Es el viaje de regreso, en el que el vampiro Drácula es perseguido y finalmente destruido, lo que permite a la trama adquirir visos de novela de acción, moviéndose la tensión entre diversas latitudes de Europa.
El tema del viaje se convertirá ya luego en una verdadera errancia por el mundo, desarrollándose con mayor evidencia este tópico en el siglo XX en la saga Crónicas vampíricas de Anne Rice. En la primera entrega de esta serie de novelas, Entrevista con el vampiro (1976), los vampiros protagonistas son prácticamente viajeros naturales. El vampiro Lestat lo hace por necesidad de sobrevivencia y placer hedonista, amante del arte y de la belleza de las ciudades y las culturas. Pero Louis y Claudia, sus vástagos, lo hacen por una razón más trascendental: la búsqueda del conocimiento. Viajar del Nuevo al Viejo Mundo les permite una posibilidad de intentar remontarse a los orígenes de su especie, en una búsqueda al drama de la razón su existencia, para buscar y encontrar a otros vampiros a quienes poder interrogar acerca de ello, sólo para encontrar la falta de respuestas. Luego de esta empresa no exenta de aventuras románticas, reconciliado con su condición, Louis se dedicará a viajar con su amante Armand, o solo, por regiones legendarias como Grecia y Egipto, para conocer las culturas y el arte de los hombres que tanto también le fascinan. A lo largo de las Crónicas vampíricas que continúan la saga, los vampiros comúnmente pasan de un país y de un continente a otro, en una existencia que puede durar siglos. En el viaje se enamoran, luchan contra otros vampiros, cazan, destruyen, admiran la belleza de la naturaleza o simplemente contemplan con algún desdén el trágico devenir de la humanidad.