Es un amanecer en que una prostituta de uñas pintadas
es asesinada. Sus zapatillas de tacón, sus entrañas sangrientas,
están dispersas bajo la luz del semáforo
como los pétalos de un clavel por el crimen deshojado.
Es una zona de alerta donde hay hombres que visten de mujer
y encienden cigarrillos a la espera de las sirenas de policía,
la avenida de arrabal donde hay un bar de mala fama
y canturrea un estudiante
de pie ahora apenas salpicado por la tintura del morbo.

Es todo.

Para su plenitud, esta escena,
sólo necesita terminar de suceder.