A Rosalía de Castro
o cera sobre los dientes del cadáver amado…
o quizá la fiebre del niño que sabe que morirá:
así evoco tus palabras tras la pálida cortina
si de vuelta pienso en ti como en un susto
o renuncio a leerte por la ausencia del significado del llanto.
Magma que no vendría al mundo sino a lamerlo
mansamente, hipocondría quieta:
este beso para ti, puesto en un patíbulo figurado.
Fue una cuerda en el vacío, triste clavo sin funeral,
aquel momento en que entraste en mi vida como mal presagio.
Y en mi habitación enmohecida
tu estampa de caro fantasma recrea cada línea
del paraje gris de tus congojas.
La tarántula de tus opresiones
hoy me pareció acorde a mi desvelo.
Y porque tu flaqueza hizo torrente de lágrimas,
donde viajé sumiso como el amor por la muerte
y fui algo persistente como un dolor de huesos,
a ti respondo en la distancia de las memorias.
Pero ahora, ¿de que sirvió el débil ademán
vaciado en la escritura deprimida?
Mentirías si el diálogo de sombras
no recuerda tu pobreza ante las iras de un ídolo tuerto,
a tu familia bebiendo malestar como una leche agria,
al desvarío de lo que sonríe,
al triturador de sueños que acecha desde siempre.
Ilumino mi casa y pretendo olvidar tu episodio,
esa pequeñez temblando ante el espectáculo del pánico,
ropaje rugoso y ceñido que otros llamaron vida.
Tu obra es una entraña vulnerada
que apenas las moscas revolotean.
Pero es indudable que tu hogar es, ya en mi corazón,
el purgatorio que sólo existe por querido.
Allí cuentas, grano por grano,
un botín que es como el polvo en las cruces
y la sangre en los templos;
allí un suspiro estrangula al niño
que llamarías desesperadamente, abrazándolo,
como a un tronco que la corriente quiere arrebatar.
Estaríamos juntos aquí, de verdad,
si este poema no callara tanto,
y si el tiempo pudiera unirnos en un cristal apagado:
tú como nodriza procuradora sólo de tristezas,
yo como blasfemia vomitada a la cara del sol.
Pero no importa. Porque nada hay por remedio.
En páramos inhabitados de mi ánimo
sigue cayendo una garúa de añorados despojos,
más sentidos que la cadena que la inquietud amolda.
Allí emigra mi torcida inclinación
atada al desasosiego que compartimos,
por estar junto a las migajas de cariño que sembraste en mí.
Y la madrugada va formando una tumba,
donde apenas puedo depositarte unas ofrendas
que viento en el umbral de la eternidad barrerá.