Por Gabriela Tinoco Meneses

Mención honorífica en el Primer Concurso de Cuento Insolente

La necesidad estaba ahí. La prisa por unir los cuerpos tenía a ambos en una excitación constante, el tiempo era la clave. Los besos no esperaron a que la puerta del hotel de paso cerrara completamente; la ropa no esperó mucho más tiempo, casi arrancada de los cuerpos, no había tiempo para delicadezas y en el suelo todas las apariencias.

El primer contacto fue brusco, desesperado; la sola proximidad con el otro no era suficiente; se buscaban los cuerpos hasta fundirse en la pasión, los labios eran una prensa contra la piel del otro, las lenguas se enredaban sin tregua, exigiendo más una de la otra; se saboreaba la desesperación por probar la piel del otro, Habían transcurrido muchos meses y sin ningún preámbulo, los primeros embistes fueron recibidos con la piel erizada y un sonido profundo de placer. Ninguna palabra podía salir de aquel encuentro.

¿Qué importaba la etiqueta de aquel momento? Cuando él se quería mostrar dominante y poderoso de sus instintos salía: –Eres mi puta y quiero que me chupes la verga entera–, solía ser su orden favorita; por su parte, ella se negaba a obedecer las órdenes dadas por medio altaneras palabras, pero con sus dedos palpaba el miembro erecto y de su boca no salía ninguna otra palabra, pues su boca era uno de sus instrumentos predilectos para la mutua satisfacción y así conservar uno de los sabores más íntimos de la pasión durante algún tiempo.

El tiempo seguía su camino, la batalla era apremiante, cambiaba el orden del juego. En un principio brusco, la dominación de uno sobre el otro, al siguiente tierno y amoroso que detuviera el tiempo. Tocar, besar suavemente, un inocente juego amoroso y cual tormenta regresar a las exigencias. El tiempo se agota, no así la desesperación por la unión de los cuerpos por alcanzar el clímax, no una ni dos veces; sino lo que el tiempo permita.

Cual cuento de hadas, el último beso apasionado embona las apariencias y ordena las debidas etiquetas. Salen del hotel, ella con la esperanza de conservar su aroma y una promesa por el siguiente encuentro; él, por saber quién será la siguiente en cerrar la puerta del hotel y abrir las piernas.