Semilla de la felicidad en mi cuerpo,
lámpara que ilumina mis recovecos más hondos,
eres la diástole de mi pulsación.
Hombre no circunciso, padre de mano fuerte,
amigo de la mañana clara,
tu espalda me lleva por encima de todo peligro.
Te necesito como la tierra a la lluvia,
como recental la leche que mamar.
Así que me hinco ante ti en agradecimiento.
Hemos sido, el uno para el otro, camino para andar,
un hogar donde arden resinas aromáticas,
y plenitud de libros compartidos.
Nada menos.
Tálamo inagotable eres.
Y tu abundancia llueve en mí como un esmalte.
No vayas repartiéndote por el mundo
si puedo contenerte entero.
No encontrarías en otros
igual manera de disolverte en unos labios
y vaciarte en el pomo exacto
en donde te expandas hasta el tamaño de tu sueño,
hasta la gasificación.