Tañen las campanas de la iglesia
y las ancianas llevan su luto en la espalda encorvada.
Hay monedas de plomo en la fuente sombría
y papeles opacos volando al aire más ligero.
Un haz de luz polvorienta muere en las aceras.

Miente. Miente mientras conversas,
mantén una distancia ante los vecinos,
habla de dinero y serás respetado.
Y serás al fin un hombre.

Cuando alguien enferma de tosferina
se procede a encerrarlo en un cuarto aparte.
No evoques el acierto de otros.
Hay un hospital de minusválidos a dos cuadras.
Tañen las campanas;
y en la acera hay un huérfano que mira a tus ojos,
que parece decir “soy pobre”, pero no habla;
sus pies están enlodados en desconfianza.
Hay estatuas de héroes de guerra en el parque
porque en la vida es necesario creer en algo.

La nación se hunde en bancarrota.

Y si te quedas suspenso un instante,
mirando los faroles encendiéndose,
las palomas excretando corrosivamente los frentes de la [catedral,
los globos volando en su viaje de helio,
el kiosco donde bailan dos abuelos el último danzón,
te darás cuenta: es otra tarde, demasiada tarde

para intentar siquiera una redención.