(Texto aparecido originalmente en el portal El faro cultural, con sede en la ciudad de Guadalajara, en julio de 2014)
Puerto Vallarta es una ciudad bastante joven (obtuvo su título de ciudad apenas en 1968) cuyo disparo demográfico e infraestructura económica provino de una circunstancia relacionada con Hollywood. Antes conocido como Puerto Las Peñas, un paradisíaco pueblo sustentado por pesca de autoconsumo y de gente sencilla y apegada a la vida natural, debe su crecimiento a la realización del filme La noche de la iguana (1963), en la que actuaron algunas estrellas del cine norteamericano, entre las que ahora se recuerda más a Elizabeth Taylor. La curiosidad de los visitantes internacionales fue tal que, a la postre, debió crearse toda una industria turística y de servicios de la que ahora se mantiene y que le hace ser una de las ciudades turísticas más importantes de México, de interés mundial. La mayor parte de la población de Puerto Vallarta (llamada Vallarta, a secas, coloquialmente), gravita en torno a dicha industria: enormes hoteles, zonas residenciales de veraneo, restaurantes, boutiques, servicios de entretenimiento, clubes nocturnos y relacionados. Es una realidad que su ciudadano común vive enajenado en tal industria: si bien puede alcanzar mediana estabilidad económica y hacer dinero como empleado, o en otros casos administrador de modestos cargos en este comercio que prevé una derrama económica importante, su tiempo y su fuerza suelen dedicarse casi de manera exclusiva al engranaje de la máquina. Las escuelas y aun las universidades entrenan a sus jóvenes para proveer a esta industria de trabajadores. La cultura fuera de este orden, tiene expresiones mínimas, si hablamos nuevamente del ciudadano común. El ocio y entretenimiento de esa población poco tienen que ver con una cultura relacionada con expresiones como el arte, al que desconoce y que ni le interesa. Los dedican principalmente a la música grupera, el fútbol, las borracheras, el consumo de drogas o los centros nocturnos.
Es cierto que hay una comunidad de pintores extranjeros y nacionales que han ido a vivir a dicha ciudad, atraídos por su tranquilidad, pero también es cierto que son en general particulares que crean para un mercado de arte que se cotiza en dólares y que tiene a su público entre gente rica o extranjeros retirados que tienen casas de invierno en la ciudad. Fuera de la obras de un par pintores reconocidos que desarrollaron el estilo näif representativo de la ciudad, no hay más tradición plástica autóctona. Otros artistas como bailarines y músicos dependen también de tal industria, viviendo del espectáculo para los turistas; las creaciones que llegan producir no son significativas y sólo algunos cuantos han podido o decidido salir a cultivar profesionalmente su arte a otras partes del país, en un ámbito privilegiadamente artístico. El arte para el pueblo ha tenido históricamente en él, hasta hace muy poco si consideramos “Letras en la mar” (festival al que me referiré más adelante), una expresión mínima y reduccionista. Fuera del trabajo apasionado de algunos muralistas emergentes de alrededor de treinta años (e incluso entre ellos muchos no son nativos de la ciudad), la expresión auténtica y libre del arte es marginal, y los que se han decidido dedicarse a ella encuentran serias limitaciones en la ciudad. Es significativo hasta hace unos meses se haya conformado un Instituto Vallartense de la Cultura que en pretende su autonomía técnica y de gestión. Sin embargo, aún al inicio de la presente administración municipal, en 2012, la dependencia encargada del arte y la cultura en Puerto Vallarta era el Departamento de Cultura, Recreación y Actos Cívicos, cuyo nombre y funciones parecen a los ojos del entendido productos de una asociación librede ideas. Por otro lado, el sentido práctico de la noción de cultura para esta dependencia tenía sinceramente que ver más con el entretenimiento popular, y por ello sus eventos culturales consistían, por ejemplo, en traer a la ciudad a cantantes de música popular o de la cultura televisiva mexicana, o algunas muestras folclóricas vistas una y otra vez hasta el aburrimiento, para entretener pasivamente al espectador un par de horas en eventos masivos. El apoyo a artistas el era a veces nulo, y, cuando existía, inseguro. Ni qué decir que la mayoría de los artistas apoyados de alguna manera, con espacios o recursos económicos para sus montajes, eran los foráneos ya reconocidos que venían a proyectarse. Los locales se veían, en muchos casos dramáticos, orillados a trabajar en las calles, obviamente con el respectivo permiso comprado. El fomento a la lectura nunca existió institucionalmente entonces.
Es comprensible que, en este ambiente, el desarrollo de la literatura no haya tenido mejor suerte. El círculo de creadores literarios en la actualidad puede considerarse estrictamente como un puñado. Y a continuación pasaremos revista de manera general al trabajo de los que considero más destacables, meritorio en su justo valor, pues son los que actualmente sostienen, con empeño, pasión (a veces más, a veces menos), constancia y calidad reconocible, la literatura de la localidad.
Podemos enarbolar como muy digno de atención el trabajo de quien fue nombrado Cronista de la Ciudad por el Ayuntamiento de Puerto Vallarta en 2006, Juan Manuel Gómez Encarnación. A él se debe la primera recopilación de las narraciones orales y leyendas tanto de Puerto Vallara, como de los alrededores en la misma Bahía de Banderas, algunas de las cuales databan de siglos y que pudieron haberse perdido en el olvido, amenazadas por los discursos de la modernidad, de no haberse registrado en un documento como alguno de sus varios volúmenes dedicados a ello. Además de haber sido investigadas y ordenadas estas narraciones, el cronista les dio un tratamiento literario en un lenguaje en los que se vierten el folclor, la fantasía y la idiosincrasia. Él es también autor de crónicas y textos históricos sobre la región de Puerto Vallarta, además de haber incursionado en el cuento, el periodismo y la literatura infantil (su obra para niños Uitzilinin mereció el Premio Nacional de Literatura para Niños en 2002), entre otros géneros.
Otra figura literaria importante, a pesar de la marginalidad en la que se ha movido su trabajo, es poeta Lalo Quimixto Chacala, cuyo nombre de pluma creó como un tributo a las dos poblaciones vecinas en donde nacieron sus padres: Quimixto y Chacala. Es autor de varias colecciones de poesía publicadas en ediciones panfletarias, a veces fotocopiadas, producidas con patrocinios de cafés de la ciudad o por medio de la autogestión. A pesar de esto, dicho poeta es poseedor ya de una leyenda personal que ha proyecto su nombre hacia otros puntos del país, empezando por Guadalajara, a partir de la publicación allí de sus dos primeras colecciones de poesía, Mujeres humanas y Emociones (2003) en plaquetas de la editorial Alimaña Drunk. La poesía de este autor, que ha cambiado de matices y formas expresivas a lo largo de los años, tiene como eje experiencias humanas capitales como el dolor, la admiración por la condición femenina y la naturaleza, la denuncia social, la búsqueda de la espiritualidad, y la poesía como un bien común. Conocido y admirado por algunos sectores de quienes frecuentan la escuela musical y lírica llamada rupestre, y por su hábito de declamar poesía en las calles y en los camiones a la manera de una irrupción en el tedio de la vida cotidiana, por un amor a la poesía emparentado a veces con el sentido de la religiosidad asumido como destino, y con el de la lucha del hombre por reafirmar su condición humana, ha despertado el interés algunos investigadores, periodistas y escritores que lo han glosado en espacios culturales como La Jornada y El informador. Aparte están los admiradores espontáneos que comparten grabaciones y poemas del autor en internet. “La poesía es la vida. O soy poeta o me suicido”, me declaró un día en un bar el poeta, quien parece a algunas personas del medio cultural vallartense como extravagante. Su creatividad no ha tenido mejor suerte con las autoridades culturales vallartenses, de la cuales no ha recibido apoyo sincero. En 2010 Raúl Bañuelos preparó en Guadalajara una antología con su poesía completa publicada, así como con poemas no coleccionados, bajo el título de Pez en el agua, editado por La Zonámbula, el cual ha tenido un particular lugar de aprecio entre ciertos jóvenes lectores y escritores de la ciudad de Guadalajara de alrededor de veinte años, que han escuchado sobre su leyenda y se han visto atraídos por su historia personal (se dice que es un juglar urbano).
En el ámbito del teatro, Alberto Fabián Sahagún ha formado actores desde hace 25 años, así como a jóvenes lectores de teatro, algunos de los cuales han empezado ya a escribir sus propios textos dramáticos. Es autor de una decena de obras de teatro, entre las que figuran Recuerdos del Paraíso (Premio Nacional de Teatro Wilberto Cantón 2005), La Noche del Gran Milagro y A la media noche; esta última, un melodrama cómico con elementos inspirados en la estética de las primeras décadas de los años del siglo pasado y con un aire gótico, ha sido representada con éxito desde hace varios años en escenarios vallartenses y de los alrededores, ganando el Encuentro de Teatro del Interior en 2008. A fines del año pasado, recibió un reconocimiento por su trayectoria como dramaturgo y maestro de teatro, por parte de la actual administración del municipio de Puerto Vallarta.
Otra persona que ha formado jóvenes, primordialmente en el ámbito de la lectura y la apreciación de la literatura, y algunas veces ha orientado a incipientes escritores de bachiller, dentro de la docencia y la coordinación de programas de lectoescritura, es Kyliel Casillas Hernández, quien ha ejercito también el comentario literario principalmente en la radio cultural local. Ha publicado algunos poemas sueltos en periódicos y revistas de la región; y recientemente se publicó en Guadalajara su primer libro de poemas, Festejo de madrugada (2012), bajo el sello Papalotzi. Un poemario de corte predominante sensual y donde es evidente la exploración de diversas formas expresivas que van de lo cercano a lo tradicional, hasta la experimentación libre. Hay poemas en prosa, sonetos, versos libres y juegos plásticos con los encabalgamientos reunidos en torno a un mismo tema capitular. Amor y erotismo se unen al juego del lenguaje para festejarlo y verter una intimidad que tiene en la palabra una bandera de verticalidad: goce de la libertad de los propios afectos.
Rubén Cham, escritor que mereció un premio literario nacional en 1989, se abocó principalmente al periodismo cultural desde entonces. Es también crítico de arte, desenvolviéndose en la dirección de arte de importantes galerías de la ciudad. Coordinó de marzo de 2005 a septiembre de 2006 el Taller Municipal de Literatura de Puerto Vallarta. Fuera de esto, la formación de personas interesadas en la escritura ha estado descuidada por la municipalidad. Existe, por otro lado, un taller literario llamado El Tintero, de estilo bohemio, que lleva ya alrededor de una década trabajando en la ciudad; allí se han reunido personas de diversas actitudes a compartir y comentar informalmente sus textos.
No son los únicos, sin embargo. Se publicaron alguna vez materiales literarios narrativos, de memorias sentimentales, y de desafortunados versos de maestros de escuelas públicas o de gente piadosa que en algún momento decidió escribir y costearon su propia obra. Su obra, sin embargo, loable de cualquier manera, olvidada en algunas empolvadas bibliotecas escolares o preservadas aún en estantes de casas, está muy al margen ya de sociabilización, y su crítica no podría hacerse sino como parte de un especializado estudio sociocultural académico, de mucho más interés educativo o histórico que literario. De estos, han trascendido en los registros los libros Primer centenario de Puerto Vallarta (1951) de Margarita Mantecón de Garza, que se tiene por la primera historia escrita del puerto; y Vallarta de mis recuerdos (1982) y Remembranzas de Puerto Vallarta (1992), memorias de Catalina Montes de Oca de Contreras.
Es señalable ahora que, salvo algunas en los que intervino por seguros intereses políticos el recurso público, las ediciones de los pocos autores han debido ser autofinanciadas, ya en imprentas de la ciudad en ediciones de autor, o más recientemente con el auxilio de editoriales independientes bajo el método mismo: el autor paga los costos. No existe un programa editorial en la administración pública y el Centro Universitario de la Costa de la Universidad de Guadalajara, ubicado en la ciudad, se evoca en realidad a la publicación de estudios científicos y material educativo producido en él. Aún si eres un buen y destacado autor vallartense, tienes más posibilidad de interesar al gobierno de otras partes del país de publicar tu libro, que al de tu ciudad.
Actualmente hay dos bibliotecas en la ciudad: La Biblioteca Pública Ciudades Hermanas, ubicada en la colonia Mojoneras (en las orillas de la ciudad), muy poco visitada y de servicios precarios, a la que sin embargo la institucionalidad le ha prestado más interés recientemente; y la Biblioteca Los Mangos A.C, que es además un importante centro cultural donde se realizan ciclos de cine, talleres, presentaciones de libro y exposiciones plásticas, entre otros. Dicha biblioteca alberga unos 30,000 libros en español y en inglés, según declaraciones de la misma, y sus servicios son muy buenos. Sin embargo, la experiencia me ha llevado a corroborar que aún allí la literatura es poco frecuentada. Se buscan en ella textos técnicos principalmente universitarios: administración, psicología, derecho, etc., y se usan sus mesas como escritorios para preparar tareas escolares. Y los que nos buscan esos libros técnicos, llevan libros de los llamados de “superación personal”, o de pseudociencias u ocultismo más que vulgar (que no deberían estar allí, supongo). Otros, las más interesados en la letra llevan best sellers que empiezan con los consabidos casos de Carlos Cuahutémoc Sánchez o Paulo Cohelo y terminan en los éxitos de ventas de la industria comercial del libro, de poco valor literario y que sólo funcionan como entretenimiento. Las obras literarias verdaderas, aun las más populares en México, son pocas veces consultadas y menos aun llevadas. Eso lo he comprobado personalmente con libros de Octavio Paz o Jaime Sabines, cuyas obras clave tenían uno, dos o tres préstamos domiciliarios en quince años de función allí.
El Encuentro Internacional de Poetas y el Arte “Letras en la mar” es evento que, desde 2010, lleva la palabra de viva voz de sus autores a estudiantes y un público general en espacios al aire libre. Allí han leído y compartido, entre otros, José Emilio Pacheco, Carmen Villoro, Elsa Cross, Luis Armenta Malpica, Jorge Souza Jauffred, Marco Antonio Campos, Elva Macías, Alberto Ruy Sánchez, Javier Sicilia, Coral Bracho; y de esta manera el encuentro lleva al público vallartense lo más destacado de la poesía estatal y nacional (en la trayectoria de varios de ellos destacan dos de los premios literarios más importantes de México: el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Premio Xavier Villaurrutia), y a algunas voces extranjeras, preocupándose de reunirlos con los escritores de la ciudad, quienes así tienen un foro de expresión y oportunidad de divulgar sus trabajos. Importantísima labor de promoción y socialización de la palabra escrita que organiza la Cátedra Hugo Gutiérrez Vega de la Universidad de Guadalajara.
Y así llegamos a una nueva guardia, igualmente pequeña, de jóvenes autores, muchos de los cuales necesitan aún el mejor aprendizaje de las técnicas literarias o del compromiso verdadero con la palabra.
En un orden paralelo de ideas, como promotor de la lectura y la literatura en los niños, desde la docencia y en proyectos alternos a lo institucional, figura actualmente Raúl Gibrán, quien además vincula el trabajo de artistas diversos y se encarga de la primera editorial independiente de literatura de la ciudad, Megáfono, así como del único espacio literario hoy en día en un periódico vallartense, esto semanalmente (cada sábado) en El Sol, Siempre libres. Finalmente, quiero referir la premiación con el segundo lugar de la I Bienal de Literatura Hugo Gutiérrez Vega, en la categoría de poesía, del poemario amoroso El agua breve de los días de Ramón Domínguez, egresado de la SOGEM.
Hemos visto que, aunque restringida, la ciudad de Puerto Vallarta sí tiene una oferta y un movimiento literario, que éste ha alcanzado significativas producciones que han impactado principalmente a lo regional y ha llegado a proyectarse y alcanzar el reconocimiento nacional, al menos en el simbólico pero indicador estímulo del premio literario. Pero, como señaló una periodista local recientemente, la sociedad vallartense parece no percibirla y mucho menos sentirla, ni tiene conciencia de su responsabilidad con ella, mirando a la cultura como algo despegado de su vida y muy accesorio en los temas civiles. Por ello, los eventos artísticos y culturales (con la obviedad de los literarios) tienen hasta la fecha una escasa asistencia.
Como se ha podido apreciar, existe ya en Puerto Vallarta la mínima infraestructura para expandir el amor a las letras en un público común tal, amor desinteresado que ocurre en otras ciudades de México y suele ser común denominador en las sociedades de avanzada. El asunto medular está donde siempre ha estado: en la política gubernamental y en las taras institucionales de una burocracia que sólo podrían ser remediadas por la verdadera y efectiva profesionalización de la administración de la cultura, que ha estado en este caso particular en muchos casos regida por políticos incipientes sin formación en gestión cultural que, por otro lado, han manifestado un desinterés personal en el asunto, dedicados más a pensar en ascender en su carrera política, y desentendidos de cuestiones que fueron siempre de su competencia jurídica, al menos en teoría: el posible talento artístico de sus ciudadanos y los alarmantes índices de lectura en la ciudad, por ejemplo.