Que tu ojo,
Hacedor del Paraíso,
no quiera mirar
cuando mordamos la serpiente.
Que el sexo
sea la medida de nuestra debilidad
por el conocimiento de nosotros
y la natural desobediencia del hijo.
Que los pintores
no impongan hojas de parra
a nuestras erecciones hermosas.
Que el cielo
no se aparte del desierto
si decidimos errar
por beber sudores.
Que la cruz de la historia
nunca forje
cinturones de castidad
a nuestro albedrío;
y pueda caber siempre otro hombre en el lecho.
Que la semilla sea sacrificada
si no puede prosperar entre condenas.
Que el mal nos libre
cuando el bien no sea apetecido.
Pero que pueda siempre acercarme a él
sin espantar sus palomas fugaces;
y besar con devoción,
en su costilla,
lo que es divino.