No es sólo un problema de salud pública:
es también de orgullo, dignidad y estima.
Es el exceso de sudor pudriéndose en las axilas,
el cuello inexistente
y el ombligo a punto de expulsarse a sí mismo.
Es no poder mirarse los propios genitales,
ni inclinarse por necesidad vital, por cortesía.
(Esa que destrozas con la imagen que ofreces.)
Es la poca gracia que engulle, vorazmente, la ridiculez.
No podemos ser moles andando a duras penas,
moviendo una nefanda condición de isla a la deriva.
No es bueno tener el cerebro en el estómago,
ni que las sillas se usen de a dos por persona.
Eso dice la gente. Que,
tristemente, somos todos.