Por su parte, en Carmilla[1] [2] el tema de la sexualidad está también sin duda perfectamente delineado. En este caso, el atractivo y tentación de la vampira ceban su destructividad sobre el control de Laura, la jovencita que es su víctima, y más específicamente sobre su sexualidad. Desde el inicio del relato la vampira se acerca a Laura rodeándole el cuello con sus brazos, rozando sus labios y empleado un tono suave de voz que arrastra a la niña, en quien siembra extrañas y tumultuosas sensaciones, hacia un universo de sensualidad del que no puede ni quiere escapar. Al igual que Drácula necesita permiso expreso para traspasar el umbral de una casa, pero una vez que ha sido invitada hace su voluntad en ella. En esta ocasión, la seducción encarnada por la vampira, se ve “como una trasformación de la femineidad en su forma más amenazante. Ejemplo de ello lo vemos en la incesante focalización del autor en las artes amatorias en términos de seducción y persuasión”[3] Carmilla es una vampira elocuente, fría, lánguida, melancólica, inmoral, fugaz, deslumbrante, evanescente, nómada, indefinida, capaz de transformarse en un gato. Carmilla seduce con palabras, abrazos y roces cariñosos a Laura, quien no se da cuenta de este proceso debido a su ingenuidad y al control que la vampira ejerce sobre su psique, de la cual absorbe pensamientos (lee su mente), emociones y fuerza vital. Aunque la vampira se porta maternal con su víctima, por otro lado, la ataca mediante el sueño, produciéndole a Laura debilitamiento y enfermedad: la feminidad, así, con sus atributos positivos (incluyendo la hermosura), es en la novela desarrollado como un valor perverso. La masculinidad en esta novela, representada por las figuras paternas, como el padre de Laura, el doctor y el general, son las encargadas de luchar contra la amenaza de la vampira, estableciendo el equilibrio, la moralidad y terminando con el peligro matando a la vampira y con todo lo que a ella se asocia.[4]

En Carmilla la vampira toma la forma de una condesa muerta años atrás. Su poder aristocrático se combina con su poder sobrenatural sobre los humanos. En este caso, Carmilla tiene casi la apariencia de una persona normal, es más humana que otras vampiras y por lo tanto es más creíble y más temible. Carmilla es una figura sexual muy poderosa, liberada de los tabús sociales y destructora de los roles de genero imperantes de la época, en la que el sexo se considera algo bestial, contaminante, agotador, satánico, “un concepto que representa el centro neurálgico decadente y burgués del imperio de la Reina victoria”.

Finalmente, en la obra permanece la incertidumbre de si el poder de la vampira no fue producto de una mala interpretación de la realidad. La obra concluye con la duda acerca de si la aparición del mal fue una alucinación de los personajes o un hecho verdaderamente real. Carmilla es, en una lectura más amplia, una historia del dolor del amor de quien ama sin esperanza y vaga por el mundo desdichado: Carmilla es un personaje trágico porque su búsqueda de amor no puede tener final.


[1] Publicada originalmente por fragmentos en la revista inglesa The dark blue magazine, en 1847, reaparecía un año más tarde como cuento corto en una colección de cuentos titulado In a glass darkly. Cfr.: Sánchez-Verdejo Pérez, F. J. (2011), p. 900

[2] El nombre podría bien aludir a Carmen, un de las encarnaciones supremas de la femme fatale, protagonista de la novela Carmen (1846) de Prosper Marimée, la cual se consagró como arquetipo de la rebeldía y la sensualidad femenina desenfrenadas. Cfr.: Hernández, Ana María: “Ambigüedad y dualidad en Carmilla de J. S Le Fanu” [en línea] en Anales No. 11. Göteborg University: Gotemburgo, p. 75 Disponible en: https://gupea.ub.gu.se/handle/2077/10434 [consultado el 12 de marzo de 2016]

[3] Gómez-Morano, M. y Hewwit Hughes, E. C.: Op cit., p. 383

[4] Ídem, p. 380