Por el estudio de las mitologías y de folclor sabemos que la figura de la mujer ha sufrido una especie de vejación histórica, siendo identificada como la representación de una sexualidad negativa o peyorativa, cuyo carácter provoca miedo o rechazo. En ocasiones, las religiones la han repudiado, acusándola de encarnación de lo pecaminoso o de ejecutora de lo maligno sobre la tierra;[1] por ejemplo, la judeocristiandad, desde las primeras mujeres de la tradición mitológica (Lilith y Eva), confina el protagonismo de la feminidad a la caída de la gracia y a la corrupción por el pecado.

            Lilith es una figura ancestral proveniente originalmente de la antigua cultura mesopotámica, adquirida luego por la hebraica. Se le encuentra en el poema de Gilgamesh en donde se reúne gran parte de su mitología. Se le solía representar como una mujer-pájaro con garras de lechuza; más adelante los asirios la representan a su vez como un demonio alado. La leyenda hebraica sobre Lilith data del siglo XII; en ella se cuenta por primera vez que fue la primera mujer de Adán, rebelada contra él y contra Dios por no aceptar la autoridad de Adán, abandonando el Paraíso. Se supone que se apodera de los recién nacidos, pero también de los hombres crecidos, principalmente los jóvenes, y en la tradición de Medio Oriente es princesa de los súcubos y se aparece en los caminos y en los campos a los hombres para seducirlos con la prostitución.[2] [3]Lilith representa el primer paradigma de representación de la femme fatale (mujer fatal), dando junto a las lamias el material que servirá para la construcción de la mujer vampiro del periodo romántico.

El desarrollo de un imaginario de la feminidad asociada al mal en todas sus variedades se descubre en los múltiples textos románticos de vampiros en que la protagonista es una mujer personificación de la inmoralidad, el desenfreno erótico y la muerte. La mujer vampiro constituye entonces un arquetipo sustentado en un ancestral principio femenino destructor[4] que puede rastrearse desde las fábulas más antiguas hasta las pesadillas más contemporáneas;[5] un arquetipo en el que la sensualidad, el erotismo y la sexualidad son los dispositivos con que cuenta dicho principio femenino fatal para acosar y obtener la sangre de sus víctimas. La vampira utiliza el encanto de su cuerpo y de su voluptuosidad como hechizo seductor para atraer y llevar a la ruina a los hombres: la primera succión es también, como en el caso del vampiro masculino, la de la voluntad, posteriormente se apropia de su sangre, símbolo de la vida.[6] La vampira, a fuerza de su poder hipnótico, terror y el esplendor de su hermosura, actúa invariablemente como un torrente de primitivismo, deseo y liberación de lo reprimido que termina imponiéndose a la moral y la conciencia de sus víctimas masculinas. Y ha sido utilizada, dentro de la tradición de la narrativa vampírica, en un cúmulo significativo de obras sensacionalistas y de fuerte carga erótica y necrofílica. La mujer vampiro conserva sus atractivos humanos, siendo delgada, de formas armoniosas, pálida, egoísta, inquietante y voluptuosa.

La imagen que se construye entonces es la de una mujer de naturaleza ambigua, ya que se encuentre entre la vida y la muerte, y es hermosa y seductora, pero a su vez siniestra y asesina, lo que incluso a veces se representa con una simbiosis de su aspecto al atacar a su victima (convirtiéndose en un ser grotesco, medio humano medio animal). Se le adjudican a partir de entonces símbolos de amor, de muerte, de sexualidad, de magia, del demonio, de vanidad, de caos, y de la idea de la madre tenebrosa y terrible, relacionándola con la sensualidad exuberante, con la independencia sentimental y existencial, y con la sexualidad activa y atroz asociada con la brutalidad, la bestialidad y el lesbianismo.

Mientras el vampiro literario masculino evoluciona históricamente como una figura de dominación, su contraparte femenino se centra en la seducción[7], la cual mantiene relación con otras figuras femeninas perversas, desde los demonios de la antigüedad, pasando por el súcubo espiritual de la Edad Media capaz de seducir a través de lo sueños, hasta el emblema de la vamp popularizada por la cinematografía estadounidense del siglo XX.[8] Esta mujer vampiro indicaría una serie de cambios respecto de la mujer en la sociedad de la época. Son muchos críticos los que ven en ella, en su sexualidad demandante y en su posesión de conocimiento, un reflejo del papel creciente de la autonomía de la mujer, si bien estas representaciones nos conducen claramente hacia el análisis de un punto de vista claramente negativo.[9] [10] Esta caracterización de mujer se opone así en la literatura “a la mujer ideal descrita como el ángel del hogar, encumbrada con atributos asociados a la blancura, la pureza y la pasividad; una mujer domesticada cuya existencia tiene sentido siempre y cuando sea útil a la sociedad en términos productivos”, una mujer que existe “por y para el deleite y la observación del hombre”.[11]


[1] Gómez-Morano, Marta y Hewwit Hughes, Elena Carolina (2013): “El motivo de la mujer vampiro a través de la Gran Madre de E. NeumAnne (Clarimonde de T. Gautier y Carmilla de Le Fanu)” [en línea] en Signa. Revista de Asociación Española de Semiótica No. 22. Madrid, p. 381 Disponible en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4147490 [consultado el 14 de abril de 2016]

[2] Praz, Mario (1999): La carne, la muerte y el Diablo en la literatura romántica. Acantilado: Barcelona, p. 348

[3] Es significativo a este respecto el nombre de Lilith, proveniente de la palabra babilónica Lilîtu, proveniente a su vez de las palabras lalu o lulû, que significan lujuria y desenfreno, respectivamente. Cfr.: López González, E.: Op. cit., p. 6

[4] Gómez-Morano, M. y Hewwit Hughes, E. C. (2013): Op cit, p. 360

[5] Ibídem, p. 362

[6] Ibídem, p. 366

[7] Este punto de vista es sostenido por Twitchell. La interpretación se sostiene en el hecho de, diferente al vampiro masculino, la vampira tiende a establecer relaciones personales y familiares antes de dar muerte a su víctima: lo que observamos en los dos relatos paradigmáticos de Clarimonda y Carmilla. Cfr.  Eetessam Párraga, G. (2014): Op. cit, p. 90

[8] Rodríguez Domingo, J. M (2012): Op. cit, 210

[9] Eetessam Párraga, G. (2014): Op. cit., p. 86

[10] A este respecto, Erika Bornay señala que el concepto de femme fatal apareció a posteriori, un a vez que el modelo ya había sido creado. Para ella éste es el resultado de un malestar de un sector cultural masculino y conservador, temeroso del avance del feminismo. Cfr.: López González, E. (2014): Op. cit., p. 69 y 70

[11] Gordillo, A. (2012): Op. cit., p. 90