No sé qué hay trazado en el mapa de mi destino,
uncido a la palma de mi mano,
que de ella resbalan las botellas de generoso licor,
las manos de la pareja para el baile, las mazorcas doradas de sol,
el manojo de las espigas esponjosas y dulces.
No sé por qué en el hueco de mis dos manos juntas
queriendo sostener el regalo esplendoroso del día
mueren de hambre y frío las golondrinas.

¿De dónde proviene esa repentina nube que mosquitos?
¿Qué es ese remolino que se forma a espaldas de mi casa,
presto a arrebatar mis rudimentarias posesiones?

A doquier que voy va la escasez.
A doquier que vuelvo la mirada un águila rapaz,
un chacal, una rata, una serpiente,
desenvainan entre relámpagos las garras y colmillos.
El ámbito donde mi mano alza el vuelo

para señalar algo que erróneamente creyera mío
se torna súbitamente penumbra intraspasable.
Las puertas se me tapian de gruesas maderas
¡y la leche se me vuelve fango en el vaso a medio llenar!
¿Soy el contenedor donde vierte su malevolencia el mundo?

Momento. ¿Qué hago aquí recontando mis pérdidas,
si en el espejo puedo leer –sin que nadie más pueda verlo–
un rotulo de ceniza que dice:
“Señor de la desgracia, Príncipe de infelices y cojos de alma”.

¿Qué hago lamentándome como ayer, como anteayer,
si bien sé que el hombre es incapaz de desviar el rayo del destino?

¿Qué hago aquí? ¿Qué hago aquí?
¿Qué hago aquí?

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