Las ganas de caer,
el deseo de ser palabra de aire muerto,
de ser otro en quien destruir:
todo está en mi tuétano erizado,
me llama por mi nombre para escupir mi cara,
dice adiós y reaparece mañana.
Y yo voy golpeándome en las paredes,
lamiendo cada grieta por donde no podré escapar,
delegando a la muerte mi responsabilidad;
y no sé si, de tanto que me acuso,
el martirio de saberme vivo
se acrecienta más en sembradura de arañas.
Ay, yo ya estuve aquí,
gritando y gritando hacia el paraíso lunar,
escuchado la sirena de los ladrones
que vienen a saquear mi soledad;
pero suelo amontonarme como basura
en espera de una chispa aún más incomprensible.
Cae una lágrima y es la irrupción mágica
que debe ser adorada en el teatro
donde el chacal espera el exterminio de las mariposas:
ácidos remojando intestinos
más el camino de la pólvora al mundo libresco.
Y hay un sinfín de laberintos que te ahocarían
en las navajas del aire.
Es el momento de abrir las manos
y soltar limaduras de cansancios,
los restos de este tal vez imposible,
antes de que el cerebro estalle
sin que el marasmo me catapulte arqueándome.
Aunque venga lo que espero,
será como si nada nunca hubiera existido.
Y así, entre fuego y fuego de inconexiones,
la locura me muerde los talones.
Y yo volteo. Y consiento.