Tu hermosura irradia afecciones
que son pies vírgenes pisando blandos la arena;
descansan sobre mi pecho y dejan una huella luminosa.

Si tu plexo solar fuera una casa,
yo quisiera ir a habitar a ella.
Allí, sostenido en manos pródigas de bondad,
comería en tu mesa
los frutos de la alegría más despreocupada.
Calentándome, querría meter siempre las manos al fuego.
Dejaría de ser huérfano
tan sólo mirándote repartir el pan.

Haces que un minuto sea tan intenso
como lanza que el corazón atravesara.
Haces más ardientes las aguas de mi sangre.

Eres el oro que me hace avaro.
Pero si debiera recoger de tus manos la fortuna de mi vida,
una sola moneda me bastaría.