Ignacio Paulino Ramírez Calzada, mejor conocido con el mote de “El nigromante” por ser este su pseudónimo literario, nació en San Miguel el Grande, Gto., el 22 de Junio de 1818. Se dedicó a la poesía, al periodismo, la abogacía y la política tanto en cargos públicos como siendo ideólogo del partido liberal mexicano. Se le considera como uno de los artífices más importantes de la creación del estado laico mexicano.

            Hijo de padre criollo y madre indígena, inició sus estudios en Querétaro para ser llevado al Colegio de San Gregorio en la Cd. de México en 1835 donde estudiaría artes. En 1841 comienza  estudios de derecho obteniendo el grado de abogado en la Universidad Pontificia de México. A los 19 años ingresa en la Academia Literaria de San Juan de Letrán, integrada por los hombres más ilustrados de la época, siendo célebre su presentación en dicha academia en la que leería un discurso muy controversial que tendría efectos escandalosos. En él expresaba la siguiente sentencia: “No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”. No obstante las protestas que causó su tan revolucionario discurso, fue aceptado, siendo a la larga uno de los hombres más influyentes en la cultura mexicana que han ingresado en ella.

Se carrera como periodista se inicia en 1845 al fundar con Guillermo Prieto Don Simplicio, en el cual empezaría a usar su célebre seudónimo. Sus colaboraciones se distinguieron por su agudeza crítica hacía los actos del gobierno conservador, abogando por una reforma económica y administrativa del país, lo que provocó la supresión del periódico y el encarcelamiento del escritor. Posteriormente  fundaría Themis y Deucalión, donde publicaría un artículo polémico de nombre “A los indios”, en el cual pugna por la libertad de estos para rebelarse contra la explotación a que eran sometidos; lo que lo llevaría a juicio, del cual, gracias a la movilización de amigos suyos, saldría absuelto. Colaboraría también posteriormente para una larga lista de periódicos en diferentes estados del país, destacando entre ellos La Sombra de Robespierre, La Chinaza, La Opinión, La Estrella de Occidente, El Renacimiento, El Siglo XIX, El Monitor Republicano y El Correo de México, este último fundado por él junto a Ignacio Manuel Altamirano y Guillermo prieto, gracias al financiamiento de Porfirio Díaz.

            Entre 1848 y 1849, Ignacio Ramírez se convierte en jefe político de Tlaxcala, regresando posteriormente a Toluca para dedicarse a la docencia 1851. En 1852 es promovido como diputado federal del estado de Sinaloa. En 1853 ejerce como profesor en el Colegio Políglota de la Cd. de México. De 1956 a 1857 funge como diputado por el Estado de México al Congreso Constituyente destacándose como orador. También participaría en la elaboración de las Leyes de Reforma. Es nombrado por Benito Juárez Secretario de Justicia e Instrucción Pública, cargo desde el que gestionó la creación de la Biblioteca Nacional y la unificación de la educación primaria en el Distrito Federal. Poco después ocupa la Secretaría de Fomento. En Puebla trabaja en la desamortización de los bienes del clero y en 1861 es electo presidente del Ayuntamiento de la Ciudad de México. Durante la guerra de intervención, combate a los franceses en Mazatlán. Es nombrado poco después magistrado de la Suprema Corte de justicia por El Congreso de la Unión, cargo que ejerció durante doce años. De ese puesto no se separaría sino hasta ser llamado por el presidente Porfirio Díaz para hacerlo Ministro de Justicia e Instrucción Pública, último cargo público que ocupa hasta su muerte en la Ciudad de México el 15 de junio de 1879.

La Secretaría de Fomento publicó, después de su muerte, en dos tomos, la obra dispersa de Ramírez que pudo encontrarse en periódicos revolucionarios. De la simple lectura de esta basta para caer en la cuenta que Ignacio Ramírez es uno de los altos representantes de las letras mexicanas de su generación. Razón por la que ocupa un lugar en la Rotonda de los Hombres Ilustres de la Ciudad de México. Mediante decreto el Congreso del Estado de Sinaloa lo declararía Benemérito del Estado en 1957, así mismo acordaría que se escribiera su nombre con letras de oro en el Salón de Sesiones del Palacio Legislativo

El ateísmo de “El nigromante” sería  causa de escándalo aún después de su muerte cuando el pintor Diego Rivera lo pintara dentro de su famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central sosteniendo un letrero con la famosa frase “Dios no existe”. El fresco fue agredido por estudiantes católicos, y tuvo que ser cubierto durante nueve años hasta que el pintor, renuente a eliminar la frase, la cambiara por “Academia de Letrán, 1836” en alusión al sitio donde “El Nigromante” pronunció públicamente por primera vez esta provocativa sentencia.

Hasta aquí con la sucinta semblanza de este ilustre guanajuatense, gloria de las letras mexicanas del siglo XIX, de firmes ideales sociales a los que vivió entregado, impecable moralidad e impresionante trayectoria. Sobre su obra poética, romántica, de acentos sentimentales, formas clásicas y suave música, habremos de ocuparnos en una ocasión posterior.