Más hermosos que el océano
tus ojos,
¡y el océano es tan hermoso!
Alternativamente azul y gris
allí centellean
y se hermanan,
como en los cielos lluviosos del verano.
Son la casa
de la lágrima y el asombro.
Más tibio
que el murmullo de una madre tu nombre,
procesión de luceros a medianoche,
repentino espasmo vertical
que me estremece,
como esos orgasmos
que dormidos nos sorprenden,
regalándonos de una benigna vergüenza.
Es tu paso por la tierra
el de una bestia apacible y diurna,
cuyo lomo lanoso es bueno para acariciar.
Es tu cercanía la de un volcán nuevo
que necesitara pronto hacer erupción,
tú,
impasible, pálido adolescente.
Preferible tu saliva
a la dulzura amante de los vinos,
tu hálito
al roce sensual de los vientos.
No sé exactamente
quién seas. Ni si desaparecerás
cuando vuelva a parpadear.
Pero te amo.
Y mi amor por ti es como un fuego o como un miedo.
Así
como la palabra divina conduce nuestros pasos,
así el amor
nos llama a reunirnos,
pastor de ovejas tiernamente sumisas
cuyas baladas en el aire puro
se entrelazan.