No te lo había
dicho;
pero tus manos me crean teatro privado
de ensueño y morbosas proyecciones.
Me hacen pensar y pensar. Pensar en el amor:
¿Cuántas manos tuyas medirá mi espalda?
¿Cuántas palmadas tuyas bastarán en mis hombros
para que así me confirmes tu afinidad?
Hay veces que estoy más solo que siempre
y te recuerdo y me sorprendo recorriéndome la piel,
siempre hacía mi sur.
Pero no, no es suficiente esto.
Quiero estar tendido en tu cama
y que dibujes con tu mano en mi cuerpo geografías imposibles.
Y que allí, en sus pantanos lascivos y lechosos,
en sus densas humedades,
me hunda lentamente.
Tus manos no son del todo ordinarias:
son plantas carnívoras que aprisionan al insecto azul,
la patria de musgo, un equinoccio de laxitudes…
Su piel me habla secretamente de una ternura que no muere,
cuyos atributos exactos –mango, guanábana–
sólo pueden revelarse en el delirio.
Ya. Necesito que me toques.
Sálvame así de la locura,
de esta inquietud aniquilándome
en la que sólo es segura una palabra: DESEO.
Pero tú… Pero yo…
¿Para qué la distancia?
¿Por qué no, simple y sencillamente,
entregarnos a un duelo de caricias frenéticas,
a una auscultación más desesperada por esperada,
matándonos de placer de una buena vez?