Kevin González (Cuéramaro, 1996) es un nuevo y joven poeta del panorama guanajuatense. Inició su camino en las letras hacia el año 2017, a los 21 años. Estaba sentado en el patio de su entonces escuela, en la Sede Belén de la Universidad de Guanajuato, donde estudió Ingeniería Hidráulica, cuando por causalidad le dieron una revista. Se trataba de la revista Polen de la misma Universidad, donde leyó sobre su taller de creación literaria. Debido a su afición por la lectura, decidió entrar al taller, pues en ese momento tenía también la intención de cambiar su carrera a Letras o Filosofía.
Y es que siempre lo han acompañado los libros. Filósofos como Albert Camus, José Ortega y Gasset, Jean Paul Sartre o Martin Heidegger. Poetas como Franz Kafka, Alejandra Pizarnik, Alí Chumacero, Pedro Salinas. Narradores como Jorge Luis Borges, Fiódor Dostoievski, Virginia Woolf. Incluso ahora, que ya debutado formalmente como poeta, acepta que le gusta más leer que escribir. Y es que la literatura le da algo que la ingeniería no puede. “Siempre he dicho que lo verdaderamente nuestro como humanos es el arte. El arte te da una especie de autenticidad. Al crear arte te estás plasmando tal cual eres o lo que quieres llegar a ser, y es algo que la ingeniería, como ciencia exacta, no puede.”
Allí en taller, bajo la asesoría del maestro Jesús Aragón pulió sus primeros poemas y entabló amistades con compañeros que sintonizaban una misma frecuencia de amistad y letras. Para él esta experiencia de viarios años fue “Todo un viaje. Al inicio fue difícil llevar un trabajo relativamente bueno, pero conforme me fui desenvolviendo, escribiendo y escribiendo, a veces cosas banales que después funcionaban como el inicio o final de un poema, pude darme cuenta de lo que verdaderamente sé o puedo escribir, eso me lo han moldeado en el taller. También he conocido a increíbles personas y escritores dentro del taller, que ahora tengo el privilegio de llamarles amigos.”
Kevin como poeta se considera emisario de su propia verdad; una que puede expresar más allá de todo límite o imposición social. Develar su ser para expresar su pesar y sentir en libertad. Un ejercicio de afirmación. Siempre buscando lo que él llama “Esa equidistancia entre la belleza y la angustia”. En ese espacio caben el amor, el erotismo, los deseos que nos inspiran a realizarlos. La vida misma.
Debido a esta intuición poética fue seleccionado para formar parte de la antología Las buenas nuevas. Antología de poesía de la última juventud guanajuatense, un proyecto apoyado por el Programa de Apoyo a Espacios Culturales Independientes del Instituto Estatal de la Cultura, con fondos de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México. Aquí comparte páginas con otros jóvenes poetas emergidos del mismo taller, como Amaury Salvador, Paulo Torres y Ringo Yáñez, por citar algunos. Gracias a esta antología pudo participar como ponente en la Feria Nacional del Libro de León, con gran éxito de audiencia. Así como ser invitado a las tertulias virtuales de la Red Estatal de Tertulias Literarias de Guanajuato, en la que tuvo una cariñosa respuesta de amigos y lectores. Respecto de esta experiencia de ser publicado comenta: “Como ha sido mi primera vez, el ser publicado fue muy excitante y emocionante. El tener la oportunidad de compartir lo que escribo ha sido muy gratificante, porque compartir es uno de los fines de todo arte.”
Kevin participa en esta antología con su poemario Estaciones grises, título que remite a las estaciones del año y su tránsito de diferentes sensaciones, tonos, matices, juegos de luces y sombras; así como a la grisura que significa el sinsentido de un mundo que parece estar regido por el absurdo, donde caben lo mismo la alegría que el dolor, el júbilo del instante amoroso y la monotonía del día a día, sin obviar el humor que de manera sutil se propone en algunos de los poemas del libro tras un viaje de diversas escalas emotivas. Algunos de los poemas destacados de este poemario son “Terquedad de tu recuerdo”, “Amor cósmico”, “El valiente” (referente a su estancia como estudiante en la ciudad de Guanajuato y su relación con sus compañeros de casa), “El diván y yo” y “El siervo que hunde la punta de sus pies en un estanque de mármol”.
Cabe mencionar que el poema de “El diván y yo”, que publicamos en esta entrega, está inspirado en la frase del filósofo Baruch Spinoza: “el orden y la conexión de las cosas, es lo mismo que el orden y la conexión de las ideas”yen la simple razón de que quiso hacerse amigo de un diván.
Entre sus planes, independientemente de su carrera como ingeniero hidráulico, en la que se recibió recientemente con la tesis Bidimensionamiento de red subterránea como método de pronóstico para el cálculo del déficit de acuíferos utilizando el método de caudales por extracción, está el de sin duda seguir escribiendo. Y precisa: “No sé si llegue a ser publicado alguna otra vez, pero escribir es un honor y es un acto que siempre obliga a algo más que escribir, me obliga a comprender y no a juzgar.”
Finalmente, le hemos pedido al poeta, que también ha publicado en la revista leonesa Golfa, que relacione una palabra:
AMOR – aceptación
AMISTAD – alivio
POESÍA – alada
SEXO – sagrado
VIDA – libertad
HUMANIDAD – esperanza
TRABAJO – honor
LITERATURA – necesaria
MUERTE – certeza
EL DIVÁN Y YO
El diván y yo tenemos mucho en común:
ambos nos vemos toscos y vulgares
en este cuarto de colores amplios y vivos;
somos el contraste
de estas cuatro paredes.
El diván y yo tenemos nuestro lenguaje
y le doy propiedades de buen confesor,
para poder pasar desapercibidos
en este espacio que nos es ajeno.
El diván y yo compartimos experiencias.
A él le parece ridículo que me postre boca abajo,
gritando injurias contra el tiempo y su porvenir;
a mí, me parece ridículo que entienda lo que el destino es,
como si el diván pueda ser otra cosa más que un diván.
Y él me exige explicaciones.
Yo respondo que el diván divanea.
Que tenemos que soportarlo todo
y comportarse como lo que somos:
una masa pesada.
Y así, creamos esa costumbre
de falsear y magnificar nuestro entorno
para, poco a poco,
ceder nuestro lugar,
sentirnos desaparecidos, aplastados
por la insoportable levedad del cuarto
para, después, pasar a lo eterno
y conservarnos tales como somos,
suponiendo que el ser humano
no sea la medida de las cosas.