Padre:
quiero hablarte de mis veintiún años,
que son como espuma arrebatada,
como viento que anda solitario y sin memoria:
hablarte de mí.
¿Recuerdas cuando yo era niño
y abrazabas mi timidez sobre un suelo de aserrines
y entre las olorosas maderas del taller casero
mordías suavemente mi oreja?
Tú tenias un calor que yo no sabía comprender,
el calor que ahora busco darle a mis entrañas.
Cuánto ha crecido mi talle desde entonces;
mas no sé si creció también mi fortaleza.
Mírame en la fotografía, reconoce en mí
lo que no sabré darle al mundo:
el hijo de carne en que se alarga y permanece.
Pero sé escribir.
Y mi oficio es de cuidado.
Hay que luchar por él
como lucha un soldado por su patria.
Soy lo que da palabra a lo mudo,
la boca por la que habla la piedra, el mar y hasta el éter.
En verdad.
Que si he tenido éxito… no lo sé definir.
Es tan complicado a veces… saber.
Las líneas de esto son invisibles;
y el estrado donde me he parado
se ha vuelto a la vez una zona infecciosa
que un portal dimensional.
¿Que por qué sufro? No lo sé.
Ando cabizbajo y aturdido
como el ave que no aprendió a volar, como gallo de corral
que intenta un torpe vuelo, ridículo, imposible.
A veces pienso que no aprendí a ser
y sólo soy a mi manera, como puedo.
Yo sé que entiendes.
Aquí todo sigue latiendo aún:
el ansia por elevarme a las cumbres luminosas,
el poema rojo consumiéndose en su propio fuego,
la juventud desatada que dice a todo sí
–también a la desazón y a la falta de gravedad–
el ritmo extraño que conduce mi sangre,
mi sangre que es la tuya y que no sé como honrar,
que no sé si es de verdad sólo mía y no de toda la gente,
de toda esta gente que me circunda y que amo
y que quiero abrazar aun sin conocerla
y que al mismo tiempo odio por no saber entenderme.
Mi salud es un poco frágil.
Mi estado general no tanto de ruina
por cuanto aún hay oportunidad. Creo.
Te decía: mis veintiún años son como el viento o la espuma
o tal vez como el mar atrapado en su propio poder
o como un ciclón de ideas obscenas. No importa.
¡Tengo tantos disfraces en el armario!
En fin, quería saludarte
y enviarte este manuscrito como a un nieto,
para que pudieras reconocerte en él.
Mi madre te manda amistad.
Está lloviendo muy fuerte,
tanto que se ha desbordado el río
y derribó el puente que conducía al siguiente municipio.
Ya no hay hambruna en casa.
Pero los pájaros caen del cielo intoxicados
¡y circula gente deforme por la pestilente avenida!