Narcisos neurasténicos inclinan su pesadumbre
sobre la tierra humedecida.
Cae de nuevo tenue llovizna
sobre el tenderete de periódicos.
Y los poetas que se han encontrado por accidente
se apartan con una carcajada falsa.
Caminas; y en la rotonda de hombres ilustres
está la Muerte, impasible,
erguida como un trofeo que nadie mira.
No hay bicicletas ahora.
El sol danza lento como un niño retozón,
escondiéndose tras la plata de las nubes.
Los jardines cercados.
La música se ha ido de aquí para siempre;
sólo queda, de otros siglos, el polvo detenido en el aire.
Pero hay gente aún;
jovenzuelos intoxicados de ingenuidad
trepan las bancas como monos:
no buscan allí el vetusto recuerdo de las verbenas.
Y al fin me miras y me sonríes
con tu diente picado.