Llega de súbito –mancha alada y furiosa–
rompiendo la frágil tela de tu sueño.
Lo has invitado a tu cama sin saberlo,
abriendo misteriosas rutas hacia tu espíritu.
Te encuentra siempre desnudo;
y es corta tu potencia
ante a su cuerpo de sombra.

Te toma en sus miembros: seduce, somete.
Algo te va robando. Intentas escapar,
pero su tacto parásito te asfixia y mantiene inmóvil,
electrizado. Ha adquirido las formas de tu placer
o tu miedo según su capricho:
un toro gigante que te embiste,
un fatídico muñeco que abraza tu carencia,
un diáfano y perfecto cuerpo que podría atravesarte.
Y porque la carne se ablanda: copulan.
Algo en ti responde con todo el nervio de lo real.
Y nunca recuerdas cómo se va. (Acaso nunca lo hace.)

No conocerás su rostro ni su nombre.
Despertarás extenuado, con un vacío inenarrable.
(Un olor a azufre en tu habitación.)

Y tú odiarías más tal violencia,
si no fuera buen amante.