En la novela El vampiro de la colonia Roma (1979), encontramos a un joven, su protagonista, que, siendo humano, podemos hablar metafóricamente él como de un vampiro, y esa sería la razón del título de la obra; un vampiro que no se alimenta de sangre, pero sí de los cuerpos de otros hombres a través del sexo. Si bien, el joven Adonis García no obtiene de ellos su alimentación, al menos directamente, sí construye y mantiene por medio de ellos su identidad y obtiene de ellos el dinero que lo hará sobrevivir. Así, no la sangre sino el cuerpo es el gran símbolo que en estas páginas se desarrolla, de tal suerte que funciona como un elemento esencial del discurso.[1] Y esto es debido a que se trata de un prostituto que utiliza su cuerpo para obtener recursos, pero también para comulgar y trascender su soledad: de este modo, se alimenta del sexo de los otros.
Los marcos en los que se lleva el ejercicio de “ligar” a los hombres para prostituirse, o bien para tener sexo recreativo por mero placer, suelen ser lugares decadentes: baños públicos, calles, cafés; en ellos el homosexual irrumpe acaso como de manera “perversa” trastocando la moral de una sociedad (una sociedad que está afuera de esos marcos dados por el ejercicio de la homosexualidad) que se esmeró por reprimir la sexualidad entre hombres y ocultarla en la invisibilidad. La práctica de la homosexualidad, en este medio, es productor, como la novela lo señala, de inquietud en la sociedad patriarcal, en la que el homosexual se considera un agente feminoide inmoral. Y no sólo eso; sino que el “vampiro” homosexual atenta contra la concepción religiosa dominante de la sexualidad, según la cual debe tener una finalidad exclusivamente reproductiva: Adonis García, que además es ateo, practica una sexualidad trasgresora cuyo sentido es, sin ser trascendental, únicamente utilitario o hedonista (confiesa tener el deseo en aumento de “probar nuevos chavos”[2]); y aún más, se entrega libremente a uno de los oficios más pecaminosos concebidos por esa tradición religiosa: la prostitución. Esta liberalidad del hedonista se manifiesta inequívocamente cuando el protagonista llega a afirmar con motivo de su iniciación sexual: “me di cuenta (…) de que la vida vale únicamente por los placeres que te puede dar que todo lo demás son pendejadas”.[3] La inversión de estos valores morales, en este contexto, sólo puede considerarse escandalosa. El vampiro de la colonia Roma pasea su sexualidad liberal por avenidas, restaurantes y cines de la Ciudad de México llevando a su cuerpo juvenil como motivo de encuentro y festividad, pero, sobre todo, como ya lo dijimos, comunión con otros hombres, ávidos como él de sexo. Se trata de un vampiro que en vez de absorber los fluidos corporales, los sacrifica y derrama.
Adonis toma su nombre de uno de los mitos griegos más populares: un dios de gran belleza, eternamente joven, que, al igual que el vampiro, está signado por la muerte y la resurrección. En el imaginario popular, Adonis ha pasado a representar la suma de la hermosura masculina juvenil,[4] lo que ya en sí es, como vimos, uno de los temas predilectos de la literatura gay. Al igual que el vampiro romántico, el hombre identificado con Adonis desea ser para siempre hermoso y joven, pues para él la propia juventud ya es un inmenso poder: poder de la vitalidad, del goce, de la seducción, del ensueño. Y al igual que el vampiro, el hombre identificado con Adonis, encarna un desdoblamiento de los instintos hacia la voluptuosidad, hacia la inmediatez del placer. Pero el drama de este Adonis es diferente del de la figura griega. Porque, si bien en esta novela en algún sentido se trivializa mucho la figura mítica de Adonis al tomar de ella únicamente la referencia a la belleza superficial, Adonis García termina siendo también siendo una figura trágica, pues no encuentra en el sexo, que le parecía lo más placentero del mundo, lo que necesitaba para ser feliz, como pudo haber pensado en el inicio de su trayecto en la promiscuidad, y termina sintiendo esto como un enorme vacío con los años, aunque haya tenido miles de encuentros sexuales. Síntoma que adelanta esta vacuidad es que prontamente se desinterese de sus amantes sexuales y sienta hastío de ellos:
yo no puedo estar más de dos veces con el mismo cuarte al cabo de dos o tres cogidas su cuerpo me empalaga me aburre me parece como si llevara quine años viviendo con él siempre tengo la necesidad de estar viendo nuevas pingas nuevas nalgas nuevo todo ¿no?[5]
La sexualidad de este vampiro, cuyas aventuras conocemos íntimamente y con singularidad de detalles, sirve para insistir en que la sexualidad humana es tan artificial como la misma sociedad; que es un invento cultural susceptible de ser moldeado; remite en todo caso a las posibilidades biológicas, mentales y sociales acumuladas en el individuo, tan único en sus diferencias corporales como en su erotismo, sus deseos y el significado de sus fantasías.
En las múltiples aventuras teñidas de matices melodramáticos y jocosos del protagonista, así como en el remontamiento de los orígenes de su existencia desamparada a la infancia, la novela remite a la continuación de la tradición picaresca. Adonis García nace en Matamoros, Tamaulipas; en el seno de una familia desestructurada, sin abuelos ni parientes cercanos y sin sentir que tenía familia, a los diez años queda huérfano de una madre que siempre estuvo postrada enferma. En la soledad descubre la masturbación, al mismo tiempo que descubre las calles de su ciudad. Al morir su padre a los trece años comienza su existencia itinerante, marcada también por la ausencia de afecto. Ya adolescente, sin identidad, y viviendo en la Ciudad de México, una urbe despersonalizada, adopta su nuevo nombre al tener su primer encuentro homosexual. Renace como renace el vampiro, convertido en Adonis, sobrenombre con el que intenta borrar su existencia anterior para dar paso a otra caracterizada por la búsqueda del placer, aunque éste sea efímero. Ese placer lo encontrará en otros cuerpos y llegará a ellos a través de la actividad sexual (luego querrá encontrarlo en el alcohol y las drogas). Piensa entonces que la vida sólo vale para el placer, y así elige libremente el oficio de la prostitución, aún adolescente y apenas iniciada su vida sexual. Sin embargo, a pesar de todo, como los vampiros existencialistas, llega a sentir hastío de esa forma de ser. Muy joven aún, siente las consecuencias de los excesos, que le imposibilitan entonces conducir una vida ya degradada.
Como decíamos, la historia de este vampiro recupera los espacios de la decadencia, adaptándolos al personaje: los cuartos que habita en su travesía son descritos a menudo como pobres, chicos o sucios. En ellos Adonis desarrollará una vida no sólo sombría, sino nocturna que lo emparienta aún más con el vampiro. De día se guarda en ellos, principalmente a dormir (aunque haga otras cosas como perder el tiempo viendo revistas, bromeando o alcoholizándose) para salir a la noche en busca de caza: clientes de los que obtendrá su sustento económico, pero que también le dan sentido a su existencia. La noche es el espacio de sus acciones vitales, su lujuria y la actividad inconsciente de sus instintos (aunque llegue a creer que el sexo con sus clientes es meramente una obligación), mientras que el día queda como tiempo vacío, pues lo dedica a actividades estériles o al descanso. León Guillermo Gutiérrez está de acuerdo en que, al igual que sucede con el modelo clásico de vampiro, en Adonis García “La única pulsión que anima el movimiento del cuerpo en el espacio exterior es la sexual”:[6] no importa que estos sean lugares públicos cines y baños de tiendas departamentales, pues es en ellos donde en la novela se inscribe típicamente el ligue que termina en gozosos encuentros sexuales, los cuales están aparte de su actividad como prostituto. En estos encuentros, al igual que un vampiro, “sólo busca la satisfacción inmediata, sin ningún tipo de prejuicio y se convierte, sin proponérselo, en un ser trágico, condenado a un círculo vicioso, del que no hay salida porque nunca sacia sus apetencias.”[7] Porque Adonis García no es capaz tampoco de conocer el amor y el afecto que tanto ansía; y su única posesión en el mundo sigue siendo su cuerpo. La jocosidad de las experiencias derivadas de este intercambio y comercio sexual, así como el dramatismo de la imagen que Adonis García tiene de sí mismo, descubren un mundo humano marginal que es vivido principalmente por los habitantes de la noche: esos que la superficie y la luz proscriben por manifestar una conducta que interroga su pretendido orden.
Al decidir dedicarse a la prostitución, Adonis vive en toda su intensidad las pasiones reservadas a la noche por los hombres: su cuerpo se vuelve una cartografía que registra más intensamente que los hombres diurnos la ruta que va del deseo a la enfermedad, para terminar, en la novela, en una toma de conciencia. Habiendo pasado de la celebración carnavalesca del placer a momentos de melancolía y desesperación de carácter reflexivo, casi al final de la novela, Adonis se examina persistentemente y se reconoce susceptible a la degeneración, preocupado por su vida y su futuro. Y es que los vampiros como ya vimos, también son capaces de reflexionar acerca del sentido de su existencia y sentir dolor por ella.
Para consolidar la nota metafórica, el autor parece usar la palabra vampiro como sinónimo de prostituto en dos ocasiones;[8] y ha insertado muy a propósito en el monólogo de Adonis García, la siguiente línea en la que el protagonista se identifica a sí mismo con un vampiro y lo reúne con el imaginario en torno a éste: “Yo desee ser un vampiro de a deveras y escaparme y escaparme volando por la ventana”.[9] Si bien, los vampiros no vuelan, como hemos visto, sí son capaces de transformarse en murciélagos y cruzar los aires de esta manera: se trata de una imagen muy explotada en el cine del siglo XX que ha quedado muy bien grabada en la cultura popular y que la literatura rescata de la vieja tradición una vez más.
[1] Gutiérrez, León Guillermo (2010): “El vampiro de la colonia Roma. Función del espacio y el cuerpo en el discurso homoerótico” [en línea] en Revista de humanidades No. 27-28. Tecnológico de Monterrey: Monterrey, octubre, p. 232. Disponible en: http://www.redalyc.org/pdf/384/38421211010.pdf [consultado el 15 de febrero de 2016]
[2] Zapata, Luis (2004): El vampiro de la colonia Roma. DeBolsillo: México, p. 79
[3] Ibídem, p. 45
[4] Gutiérrez, L. G. (2010): Op. cit., p. 239
[5] Zapata, Luis (2004): Op. cit., p. 51
[6] Gutiérrez, L. G. (2010): Op. cit., p. 243
[7] Ídem
[8] Zapata, Luis (2004): Op. cit., pp. 54 y 91
[9] Ibídem, p. 97