El vampiro, como ya lo vimos es otra de las rescrituras del Diablo, en tanto el Diablo es nuestra extensión humana negada y

La conciencia humana no soporta la culpa, por eso la trasfiere a un acontecimiento narrado, fantástico y de preferencia tenebroso. Así, el mal toma forma en lo intangible humano, con la posibilidad de retrotraerlo cada vez que se requiera, como un servidor autómata. El mito estetizado convierte al mal personal en una narración, el hecho literario va y viene modificando la ideología y haciendo soportables la perversidad del yo, del otro y del aquí.[1]

El Diablo mantiene en el vampiro su actualidad deslumbrante a prueba de cambios históricos, su capacidad de adaptación y metamorfosis, de negarse al olvido e impactar siempre, pasando del sueño a la realidad mediante el mito y el símbolo. Esto si aceptamos que el Diablo es denominación humana y que “el vínculo con el hombre le es inalienable”, siendo ese lazo más estrecho de lo que se cree.[2] Por ello, el Diablo es una de las figura literarias más utilizadas y con mayor cantidad de rostros en la historia.[3] Estos rostros del Diablo son el gran referente antagónico porque son útiles “en la integración del imaginario popular, en la trasmisión de la idiosincrasia, de la historia de la cultura y en la conformación del sistema religioso occidental”.[4] El Diablo o Satán es ante todo polimorfo porque siempre rechazó los limites de lo posible y ninguna ilusión le es negada, ni la de actuar sobre la naturaleza, ni la de modificar el comportamiento y la apariencia de los hombres.[5] Y la plasticidad de Satán reside justamente en las metamorfosis de los entre-reinos,[6] como en el caso de vampiro.

            Y si como piensa Erreguerena, “toda cultura puede ser analizada a partir de sus representaciones del mal”,[7] la persistencia del vampiro en la literatura mexicana actual nos es útil para seguir hablando del mal como de una categoría estética importante en la literatura, en estos tiempos en que la religión sigue permeando en las conciencias individuales y en las representaciones artísticas. Catalizador de ansiedades culturales, políticas, espirituales, ontológicas y morales, puede considerarse aún en estos días y en nuestro contexto una versión aglutinante de las versiones del mal en el mundo. Esto nos permite analizarlo necesariamente desde una postura ecléctica, desde diferentes enfoques, dada su complejidad, pues toda exploración exhaustiva sería virtualmente imposible incluso desde un punto de vista puramente literario, debido a lo resbaladizo de la concepción del mal: las interpretaciones de él son necesariamente tan amplias como espectro de la luz. El horror del mal nos lleva, a través del mito del vampiro, a poder definir y redefinir la relación entre lo humano y lo animal, lo normal y lo aberrante, lo natural y lo sobrenatural, lo primitivo y lo civilizado. Porque la cualidad de monstruo es mostrar;[8] aunque su mismo carácter excesivo lo convierta en un desafío al entendimiento, siendo sobre todo una figura ambigua de alteridad.

           


[1] Ortiz, Alberto (2009): Tratado de la superstición occidental. Universidad Autónoma de Zacatecas, Zacatecas, p. 165

[2] Ibídem, p. 168

[3] Iídem, p. 169

[4] Ibídem, p. 175

[5] Duvignaud, F.: Op. cit., p. 112

[6] Ibídem, p. 115

[7] Erreguerena, M. J (2002): Op. cit., p. 11

[8] Del latín monstrum, que denotaba un prodigio o un suceso que delataba la intervención de la divinidad, se acuñó el verbo monstrare con un significado igual al que tiene en el castellano actual mostrar. Cfr.: http://etimologias.dechile.net/?monstruo