25. Una rata flaca hace mejor poesía. Hasta mi amor es falso. Mi ambición no tiene límites. Estoy enamorado de un pederasta. Y nadie merece ver a la oscuridad a los ojos. Durante tantas manías de diluvios sin sentido, mi juventud decreció como un árbol podado. El eco de la sierra eléctrica cercenó mis tobillos necios bajo un miasma de verrugas parecidas al caos. Cuando el ladrón de bragas fue apuñalado, el aburrimiento hizo que muchas monjas metieran cuchillos en sus meatos urinarios hasta expulsar sangre a chorros.

Es cierto: aprendí a suspirar a la inversa, hacía la pedantería; mi corazón fue trocado en un buitre de cielos nublados. La casa de las apuestas está abierta en mi cuerpo, haz burla de mis precarias posesiones ¡que la risa de los imbéciles es su acercamiento a Dios!

26. La grasa de mi rostro atrae a la mala suerte y a todos los chacales del abuso que ultrajan mi recto. Tengo chancros en la memoria. Mi pacto con El Mal es la única noticia de los últimos tiempos que vale la pena escuchar. La mentira siempre es generosa. El cielo ha caducado ya. Un carnaval de abejas paralíticas se anidó en la jerarquía de algunos padrastros bizcos. ¡Qué pereza es encontrar religión! Sin embargo, adoro las uñas encarnadas, las agujas, la expiración de mi pecho menguado de privaciones, la sal que hace que las babosas encuentren paz para sus seres más miserables que todos los países.

27. Somos la desgracia en carne muerta, un régimen espurio en la boca de la crisis, partículas de mugre anidando en un continente de bifurcaciones, un clima general de desilusión y partos malogrados. Me estoy acostumbrando a la peste forzada, al medicamento caduco, a la parálisis, a embaucar madres solteras con postres de insecticida. Porque toda escritura es una meretriz con gonorrea; y un segundo es únicamente la oportunidad de excretar, de someter a la población mundial que bosteza cíclicamente. La escasez nos desuella, nos tritura, nos fríe, nos aplasta el tuétano contra las banquetas.

28. Ahora bien, mi cerebro erotómano y cansado apenas hace caso a la música de mi perdición. Mi envidia por la epilepsia pone marcas tan horrendas en mi frente que me desnudo en los cementerios para celebrarlo. Aplausos de dementes circundan mi nave que se hunde porque está ebria de desenfreno y que es sólo un espectáculo barato que usa muletas y que no escandaliza ni a las moscas de cañería. La cicuta y el cianuro serían mi meta más próxima.

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