A Charles Baudelaire
Como una tarde diluida en excremento y prostitución,
tan lejos de la nación desgraciada de la tranquilidad,
a punto de las arcadas psicógenas, así me vierto
excitado por buscarte en ensueños mortecinos
dentro de una taberna, y encontrarte desahuciado,
rogando un respiro de perfumes genitales.
Música de tambores robados,
un ansia de matar lo que nos acerca a la bondad,
tedio maléfico, la serpiente original: todo está aquí,
en este incestuoso deseo encarcelado,
ebrio de melancolía, carroña para el pequeño rufián
que escupe su espejo al anochecer.
He sentido tu asco acorralarme
en un callejón donde todo cae asfixiado
y la estupidez no se perdona
y el único comercio es a través de las lágrimas.
Y recojo inmundicias y me maquillo
porque me invites a fumar de tu pipa
en la que chispas lujuriosas se desnudan o agonizan
como el último afán de los ancianos.
Soy tu cementerio para mancos,
aunque no me hayas conocido, y el delirio
sea la única fogata sobre la que me veas bailar
herido de una ansiedad de bala
si el vino es más agrio que la desesperanza otra vez.
La mendicidad de un nuevo roce tuyo
se me impone entonces como ley,
claustro para el alma doliente por religión,
éxtasis para la inmundicia del sentido.
En mí, que no puedo blasfemar contigo,
todo sufre, herido por lanza descomunal.
Más sé que desde allá guías mi atención
cuando la mosca se lame sobre las heces,
y que no olvidaría tu ciudad menguante,
aquel adefesio de cemento y mal olor
que conocí en los libreros maltrechos
en que los me imaginaba mineral,
con el significado natural del lago congelado.
Sepulcro eres, abierto. Y un beso lúgubre
te reanima ahora bajo mi corazón y te recuerda
que lo muerto supera en hermosura a lo vivo.
No desesperes, pues. Yo estaré allí para atenderte
y llorar tu enfermedad piadosamente
en esa cama donde sigues postrado, ardiendo.
Bajo ríos del infierno yaces,
desgarbado pero varonil, recostado en tu infinito dolor,
hablando aún a oscuras del rincón más negro
del bosque de espectros que te habitó.
Haz que desde allí hable de nuevo El Mal
como hace tantas lámparas,
señor de los plantíos tenebrosos del espíritu,
esposo de la noche todavía.