7
Tú bailas en círculos de arrepentimiento y te escondes en las puertas de otro fin de mundo. Y aunque quieras intoxicarte en la pureza, el cielo del perdón no te conocerá jamás.
En mis brazos, que sienten tanto celo, no aparecerá la escarcha de tu cabello. Tus cisnes blancos, con las plumas quemadas, nadan en las lagunas de mi impotencia, en el libro rojo de otras falsificaciones.
Déjame sellar tu corazón con un hierro ardiente. Todo lo que quise fuiste tú. Todo lo que nace en mí por ti muere.
Todo lo que camina en mí es un ave rota reposando en mi cráneo y que no ama sino la violencia de nuestros lazos.
8
Es tan difícil interpretar tu llamado; tu corazón está lleno de mi ausencia; y claudicaré cuando desees, tardía belleza.
Estoy perdiendo mi confianza en ti. Nada que hacer. Sólo esperar a que el olor de una rosa nos absorba hacia otra peste, sin dibujar siquiera un pentagrama de sal.
Estás tan sola. Tan indefensa, tan tú ante la muralla de las violaciones; y cada vez que mis pájaros caigan de su cielo, habré de estar tan ido, tan acosado por mis propias preguntas que no me sostienen.
Sin ti, la reconciliación con el mundo es imposible y todo es un aullido estrangulando al vacío.
9
No me dejes nunca volver a ver el sol. Nunca quiero verte sonreír. Pero… podría pedir el vino de tu boca en los hospitales y experimentar el egoísmo de tu piel que se aleja de mí como de sí mismo.
Amo cada lágrima con la que me vences, tu forma de dejar el mundo poco a poco, este día que chisporrotea tan ridículamente y la pistola con que pactamos la dicha.
Desaparecemos en la luz otra vez. Y en este suicidio ya no hay sino un clamor de necedades gratas, un sabor a plenitud que nos aferra a mi mundo interior tan poblado de fantasmas.
Te lo había dicho: las palabras de tu credo son innecesarias porque no pueden expresar nuestra negación.