En su hocico henchido de infección encontramos residuos de toda clase de bazofias. Las heces son su más caro manjar. Por ello, es del pecado capital de la gula la más obvia representación.

Fornicador extremoso, sus larguísimos orgasmos, chillantes y convulsos, no lo llegarán a saciar.

Sus pezuñas se aferran al lodo y a la mugre que le hacen tanta compañía en el mundo rancio, lleno de basura, pestilencia y desechos, de la vida del hombre. Allí siempre le sobra molicie; allí se entrega a la gordura, esa deformación.

Su corazón es de las mismas dimensiones que el del hombre; ambos albergan la misma forma de amor. El hombre que ufano lo ofrece en banquete puede pensar que tal vez ha inmolado a un prójimo.