Alevoso, desde las alturas se apresura hacia el punto exacto del asesinato animal, para arrancar, del cadáver abandonado, de su carroña infame, los despojos nauseabundos que harán su delicia.

Y no concede indulto al criminal ahorcado en la llanura de la justicia pueblerina: baja gustoso a él, celebrando una danza aérea de círculos hipnóticos, donde esos miembros aciagos despliegan de su fealdad el espectáculo macabro.

Vileza de las aves, arpía, carnicero cobarde que no se atreve a matar, bruja emplumada, tan familiarizado está con el hombre que, si uno quisiera ahuyentarlo haciéndole muecas, abre el ancho abanico de sus alas, como ofreciendo un abrazo a quien es su semejante.