I
Contenido en un redondel de inquietudes,
en una soledad húmeda de sombras,
como un huérfano a un muñeco ceniciento, me aferro a tu recuerdo
que apenas ilumina el pasillo de jadeos
en que sin tu mano me interno.
Vislumbro en las paredes caras abyectas,
ojos que me esculcan, dedos que me signan,
lenguas animales que me escrutan.
Y es tan pronta la asfixia de estos túneles como días
y es tan lejos la salida que no sé,
a mitad de la confusión de este caos de tu ausencia
que me hace girar de pie como un tornillo
–el que se perdió en mi cabeza y que unía la entereza al coraje–,
si al andar no retrocedo.
II
Si tus palabras cruzaran la vastedad de la distancia
y llegaran a mí por un camino presentido,
me encontrarían sobando un cojín acolchonado
que uso como fetiche de tu pecho.
Si vinieras como ayer, coronado en tu nimbo,
con el generoso trigal de tu cabello que aprendí de memoria,
entero de fiesta como un sol,
me encontrarías hincado ante tu fotografía
que conservo como reliquia.
Si desde el lejano claustro que te encarcela
me enviaras una sola paloma como saludo,
todo mi ser henchido de añoranzas
se combaría de goces, beatificaciones
y gracias.