Lo he sentido y ha vivido en mis ojos,
brillado como los tersos caballos
a través de su crin azabache.
Ha sido mío y lo reconozco
hoy noche también en tus ojos,
pues mora en su fulgor aceituna,
y no hay ninguna otra luz igual.
Es brillo como de bólidos fatuos
que adornan miradas que lucen distantes
de seres cansados y hartos,
pero que están tan cerca de sí,
de su propia carne aún latiente
pues están necesitando morir,
sentir cómo se esfuma todo en un suave desliz:
es el descenso que clama su fin.
Lo conozco. Ha vivido en mis ojos,
brillado en el corazón de la penumbra
como los cuervos a los astros
a través de su plumaje espectacular.
Es brillo real de flama que a enfrentarte
contigo mismo llama.
Confía amada, no temas,
si te envuelve como a mí a todas horas.
Y te fija un amor extraño
por el filo en las rasuradoras.