Durante milenios de tortura y dolor del alma
no conocimos más que nuestras lágrimas heladas,
lágrimas que iban cegando más y más nuestros ojos.
Fuimos la desgracia del mundo. Fuimos tan poco.

Y las estrellas nos eran desconocidas.
Eran ajenos también el sol, la luz
y la seguridad de una vida o de una muerte.
Flotábamos en la miseria de la infinita tristeza,
en el pesar de una existencia incierta.

Tú y yo: nuestros cuerpos perfectos a la deriva
en la desolación y la desesperanza.
Nuestras manos jamás se acercaron.
Los ojos mirando siempre al negro pasado.
Había espinas cosiendo nuestros labios.

Y milenios más transcurrieron
en la estrechez de nuestro encierro.
Dos entes bellos y puros
degradados a la aflicción innecesaria.
Dos mitades necesitadas de unión,
del mutuo descubrimiento, la sublimación
y lo inmortal comido en su fruto.

Pero el azar fue radical al arrastrarme
a tu plenitud en accidente nunca pensado.
Me miré en el cristal limpio de tus ojos de humano
y el colapso comenzó…

Explotó la chispa inicial de destrucción y orden,
la chispa más atroz y peligrosa,
la de mayor poder entre todas.

Me reflejé en tus pupilas y te vi dentro de mí.
Si una vez fueron el tormento y las condenas,
ahora la humanidad había nacido en nuestras venas.

A tiempo idéntico tomamos nuestras manos;
te sentí y me oliste con miedo.
Truenos y dos latidos unísonos fuertes
hambrientos de lo antes siempre negado;
y con deseos de vivir, de sentir.
Y fue que por vez primera sentimos…

Movimiento rítmico e ideas convulsionaron
segundo tras segundo las esencias
de la razón y la capacidad recién descubiertas.
La pasividad no necesitó volverse recuerdo
de nuestra historia primaria enferma.

Abrimos violentamente
nuestro camino a lo imperante ya.
Gozamos lo antes prohibido,
impacientes cuando quisimos destruimos.
La meta era la vida para experimentar la muerte;
y en instantes lo fuimos todo:
maldad y bondad, la verdad y la nada;
fuimos agua y tierra, fuimos aire y fuego.
Fuimos el éter.

Nos dimos el lujo de privarnos de mirar hacia abajo
y no hubo precisión de inventar ancestros.
Todo lo negro se volvió luminosidad.
Millones de ruidos infernales y tibios
en cataclismo genésico… y final.

Y nos besamos….
Fundimos nuestra materia en una masa total,
violando así las leyes del universo:
dos fuimos uno.
Y el clímax llegó de repente, brutal,
cuando la luz celestial explotó.

Nuestras contracciones de intenso placer
ahora nos desgarraban y nos mataban.
No importó.

Una vez la sensibilidad llegó por error.
Pero aprovechamos el viaje de dos:
salimos de la nulidad y las tinieblas
para felices morir con el sol.