Tú, el eterno ángel deprimido.
Yo, el autómata ordenando tus cuchillos.
Tus alas negras de bestia
en un amor sordo y sin sentido.
Perdidos en el infinito.

Bebí de tus lágrimas
y te arropé con recelo: te destilabas.
Goteaba la noche oscura
a través de tus cortadas.

Y es que en vuelo cortaste tu pecho,
mi ángel bello y perfecto,
cayendo cual piedra ceniza
en un arcaico destino maltrecho.

Y de tus sobras mi calma
y con mi calma tu fuerza.
Curaste así tus escindas,
carnicero inexperto
en un planeta distante
con un siervo aprendiz y con miedo.
Abandonados los dos al desierto.

Tomaste tus armas,
robaste mi casa. Fue todo de prisa
cuando, aliviado un mal día,
te escapaste volando,
mientras tu mísero enamorado
fatigado dormía.

Mi alado del cielo,
te fuiste sonriendo.