Hemos puesto uvas sobre nuestros cuerpos
para devorarlas con ansia.
El otro se retorcía entonces con gusto
por esas sensaciones tan nuevas que se le iban despertando.

Hemos jugado a causa del vino
recreos de adulto sobre el césped fresco,
suave como nuestra piel tempranamente despierta.
Hemos bromeado tanto, tanto, como sólo dos locos harían.
Hemos tocado la flauta y el laúd
mientras los pajarillos se acercaban amistados
y con su ala nos rozaban las mejillas,
donde tenemos hoyuelos profundos como la amistad.

Nos hemos bañado al natural a orillas del río,
cerca de nuestra morada.
Y el río fluía como aceite sobre una espalda morena.
Oíamos el canto que le hacían los guijarros al entrechocar
en su fondo pulposo;
y jugábamos a abrazar nuestro reflejo en el agua,
a apretarlo contra nuestros pechos lampiños:
sólo nos quedaba la humedad silvestre en los brazos
mientras nuestra risa penetraba la floresta.

Hemos partido el pan, el queso, bajo la sombra de un oloroso cedro.
Nos hemos dado un beso grande como un secreto de amor.

¿Como podríamos estar más felices de vivir?