El vampiro es en nuestro contexto mexicano ya no, como en otros periodos históricos, una simbolización de las amenazas a la sociedad y la moral reinante, tampoco de un enfrentamiento entre el bien y el mal como en la literatura victoriana, ni de una confrontación entre Oriente y Occidente para reafirmar la superioridad de éste último, ni tampoco de la erotización de la mujer como síntoma de decadencia. Por eso ya no hay cazadores de vampiros en la literatura, tema muy explotado desde que fuera introducido por Le Fanu en Carmila y que solían ser representantes de la sociedad civilizada: clérigos, científicos o filósofos, y eran los encargados de restituir los valores perdidos que el vampiro amenazó. Aquí el vampiro es ya sólo acaso un síntoma de vitalidad de la literatura que se rehúsa a perder uno de sus emblemas más queridos acaso; y un desafío literario también. Así el vampiro sigue en evolución adaptándose a los nuevos tiempos, y lo nuevos modos de entender el mundo y la literatura. Es un personaje que sigue encerrando mucho misterio, mas que cualquier otro monstruo que la literatura haya conocido, y sigue constituyendo así la representación más sublimada del inconsciente humano, pero ahora es también una figura lúdica que permite a los escritores experimentar con la escritura.

            Hemos visto cómo, en lo general, al vampiro mexicano en la contemporaneidad se le representa aún de una manera morfológica y caracterológica más o menos prototípica, modelo heredado de la literatura romántica europea y que ha pasado así a la narrativa estadounidense y latinoamericana, con algunas cuantas trasformaciones que no son de fondo. Salvo en los casos en los que se le parodia, el vampiro embiste unas particularidades que son parte claramente reconocible de las convenciones de la tradición en que se inserta. Solo pocas veces, los escritores mexicanos introducen algún rasgo inédito menor que, en el contexto de la descripción clásica no es significativo por no ser diferencial para la esencia de ésta. Por otro lado, es visible en algún caso la utilización del vampiro en la literatura mexicana para metaforizar a un tirano social o político, si bien este tópico no es tan elaborado ni está tan difundido como en los contextos hispanoamericanos que han tenido regímenes más opresivos o ya dictatoriales.

            En cuanto a usos no convencionales del vampiro literario, para Moussong el vampiro ha sido un personaje que reinterpretar a la luz del humorismo y de una teoría personal del humor dentro de la literatura y la vida misma. Así, vimos despojado al vampiro en su cuentística de su gravedad original para volverlo objeto paródico que suscita la risa y es motivo de ridiculización. Con ello la literatura mexicana contemporánea diversifica sus modos y sus registros y ha ganado a un vampiro más acorde a los tiempos: entretenimiento lúdico y motivo de goce irreverente. Del mismo modo, Fuentes en su Vlad rescata de la tradición al personaje clásico europeo para, situándolo en un contexto mexicano, integrarlo al espíritu carnavalesco del sentir popular mexicano, que suele despojar de su halo magnánimo a los grandes personajes y los grandes relatos. Así, el vampiro gana en aristas por donde asírsele y se vuelve acaso más universal y más accesible a los diversos gustos de los lectores actuales. Estos usos caricaturescos del vampiro en nuestro contexto actual ponen de manifiesto el espíritu de riesgo formal de los narradores y su interés por participar de experiencias literarias en más consonancia con la posmodernidad. El monstruo no muere; sólo se trasforma de una manera acaso un poco radical para seguir suscitando el placer estético entre las nuevas generaciones, más familiarizadas con la ironía, el pastiche y las formas aligeradas que los medios de comunicación masivos han afianzado en el sentir de la sociedad.

            En forma de metáfora, el vampiro tiene en la contemporaneidad mexicana dos facetas diferentes en las obras de Zapata y Pacheco. En el primer caso, el vampiro se ha vuelto un joven picaresco que a través de su sexualidad reconstruye su identidad perdida entre la enajenación de la urbe cosmopolita. Del viejo mito queda un sustrato elemental pero definitorio por el que podemos reconocer aún el viejo tema ahora tan relaborado y pasado a través del tamiz de diversas tradiciones literarias. Sin embargo, la pura mención del vampiro en el título de la novela es significativo e indica que las nuevas generaciones conocen tan bien el personaje mítico que sabrán reconocer los significados que éste pueda aportar la comprensión de la novela. En Pacheco, el siniestro personaje eme, nombrado también como un vampiro, trae a la lectura, según vimos, un amplio campo semántico relacionado con la muerte y la destrucción que sirven al autor para velar la memoria del Holocausto y devolver a la palabra su potestad de guardiana de la historia. Para recordar las perversidades que los hombres son capaces de cometer en su desmedida hambre de poder, y no olvidar a las víctimas inocentes de ésta. En Pacheco el vampiro es acaso una poderosísima metáfora del mal en sus facetas más históricas y humanas: la crueldad que el hombre ejerce sobre el hombre, la guerra y el exterminio.

            Podemos concluir entonces que el vampirismo es un tema rico y polivalente de aristas inagotables que son puestas en actualidad por los escritores mexicanos contemporáneos pues el tema es lo suficientemente flexible para explorar diferentes registros y modos literarios. Mientras el ser humano y el escritor en particular deseen libertad y tengan imaginación, el vampiro estará allí disponible como un reservorio de energía para explorar los deseos más oscuros del individuo.

            La literatura, por sí misma, posee ya un carácter vampírico que supone la presencia de un cuerpo nutrido de la esencia de otros cuerpos; es decir de textos alimentándose de otros textos, que a su vez producirán nuevos textos por el mismo proceso de apropiación, continuando sus vidas perpetuamente, más allá de la vida de su autor.

            ¿No es la humanidad en este mismo sentido, también, un vampiro?