21. El paso de la codicia sobre las espesas tinieblas de mi vida es tan delicioso como la viruela y la tuberculosis. No quiero crecer sano. Reyes sifilíticos me han prometido que moriré en la iglesia del arte más deshonesto, que mi sustento serán sólo cenizas y escombros: Caín esnobista, arrepentido de existir. ¡Quiero, hoy, mi respectiva dosis de infamia!

22. Eyacula en mi oportunidad de volar. ¡Que el cerco de la desdicha se cierre sobre mis pasos! Esta es mi alegría culpable. Odio a Dios. Sólo pido que un hacha cercene el cuello de las vírgenes de este planeta que se destruye a sí mismo en un baile patético y cuyos hongos se multiplican tan magistralmente.

23. Pero podemos mancillar todo rostro, toda hostia, revolcarnos en las mazmorras de nuestra propia barbarie. Quema tus sienes en el fuego del deseo lleno de íncubos, quema los libros del bienestar, destruye alguna que otra familia, provoca el terror en los jardines de niños. Que tú mismo seas tu adoración: tu propio Satán. Porque sólo Satán tiene respuestas a todo.

24. Toda promesa tiene alimañas en el vientre: sé perfectamente que el estiércol se recicla sobre la tierra en forma de objetos de culto. Así, algunos calcetines sucios osan llamarme hacía el ocaso de la tos en la clínica inmunda, y desde hace mucho tiempo tú amas un mingitorio.

 Cada vez que un ejército aplasta la comida del pobre, mi fijación anal adquiere la forma de una alcantarilla. Nos regocijaremos con el lodo tocado por la cepa tóxica, con las flatulencias; respiraremos dióxidos prohibidos; comeremos aserrín plástico y otras bazofias; beberemos sólo aguas estancadas y flemas. Y es que me deleita la perversidad, porque el espíritu tiene la sutileza de doblarse fácilmente, como ese pueblo triste que llora hematomas y espinas.

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