No tenemos otra religión
que esta vacuidad
rellenada como pavo al horno
para celebrar un día de hipotecado cenáculo.

La mano congelada
tiene obligación de abrazar
–pero una esfera contiene todos los valores,
todo el amor
afuera de la vida–. Y los suéteres
están tejidos con hipocresía.

Si te revienta un cohete al oído,
habrás aprendido una lección
valiosa por toda la vida:
emborráchate

para que la noche acabe ya
y reaparezcas
como el náufrago salvado
en la orilla de una cama.