Llueven balas en la plaza ensangrentada por la traición
y los cadáveres forman imprevistas cruces sobre el suelo.
Zapatos sin dueño, jirones de carne y quijadas
sobre los cuerpos explotados con pólvora.

Y antes de que se deberían encender las lámparas callejeras,
algunos se esfuerzan por encontrar la salida que no hay.
Cae la noche sobre el fuego cegador de las ametralladoras.
Está nevando pólvora en una explanada inhóspita
y los estudiantes gritan y lloran de desesperación.

Se abren paso las tanquetas sobre las calles oscurecidas.
Y ahora que la masacre se acentúa,
los jóvenes se abrazan dominados de pavor.
Y siguen lloviendo los proyectiles.
Y la balacera arrecia aún más.
Y los cadáveres se apilan aún más, aún más.

Y en ese instante, un chico desmayado despierta de su sopor
y arrastrándose al recuperar la conciencia
se vuelve un instante como estatua,
porque el infierno de fuego y de ruidos que creyó soñar
…es real.