Alucinas con él
en una enfermedad del sentimiento.
Arrobamiento
que te mancilla con un tic tac en suspenso.
El ojo ya no alcanza a mirar más
y acudes de vuelta a su fotografía.
Te adhieres a su fantasma.
La flecha de Cupido fue demasiado gruesa;
y ahora estás derramándote lánguidamente
por toda la habitación.

Recuerdas: no está.
Respiras: aún duele.
Ah… la aspereza silente
que ha decidido practicar
su identidad de lastre.

Vociferas ahora:
el sabor de tu boca
es el de un vinagre reposado una eternidad.
Muy dudoso es dar a luz el poema genial.
Acaso sólo galimatías
que harán tu vergüenza y olvidarás.

El coraje te muerde los labios.
Que ya estaban preparados para besar,
al que, en su nimbo de este día,
es el solo amor de tu vida.