“Yo no digo que lo que no merezco no lo alcanzo.”
Kalimán



Su nombre es Alberto Rodríguez, nació en 1969, y lo apodan Kalimán, se dice que por su gusto por las historietas. Salvo por algunas estancias temporales en hospitales psiquiátricos, vive en la calle. Él es sin duda, uno de los habitantes más conocidos y populares de la ciudad de Guanajuato; su figura se ha vuelto un ícono de la misma. Habría muchas pruebas para constatarlo. Kalimán, ejemplar distinguido de la fauna humana que habita este orbe singular y laberíntico de Guanajuato capital, como sabemos, no es un hombre típico: no sólo alterna entre una extraña lucidez y la irrealidad, sino que lo hace de una manera, podría decirse, brillante. ¿Qué estudiante universitario ha pasado por esta ciudad sin siquiera escucharlo mentar? ¿Qué citadino, paseando por el Centro no se ha topado alguna vez con su cabello erizado de mugre y su dentadura siniestra como la puerta a un abismo desconocido moviéndose adentro de él? Kalimán el loco, el poeta, el filósofo, el marginado, el maldito que mira al mundo desde otra orilla, con indiferencia, rechazo o desdén.

            Kalimán es ya una leyenda viva de la ciudad, y cuenta incluso con admiradores y promotores en la web que le han dedicado espacios en Youtube y Facebook. He visto en ellos muestras de aprecio, respeto y admiración a este hombre de quien, sin embargo, quizá sólo muy pocos sepan algo seguro.

            La primera vez que supe de él fue el mismo primer semestre de mis estudios aquí en Guanajuato. Un par de amigos hablaban algunas veces de él con risas alegres, con la admiración que produce en un joven de menos de veinte años una persona libre y sin atadura social alguna, cuyos actos inocentes, por más feos que nos parezcan, no aceptan las categorizaciones del bien o del mal, esas construcciones teóricas con la que el hombre maleó su visión en los albores de la civilización: un hombre con la “hipermoral” de la que habló alguna vez Bataille. Mis amigos reían hablando de él, pero no con mofa o afrenta, si no con la reverencia de quien ha encontrado una maravilla de la vida y quiere comulgar con ella en el recuerdo y la evocación.

            Fue hasta después que supe quién era el tal Kalimán: ese hombre mugroso, harapiento y generalmente ensimismado que escribe compulsivamente, en medio de la efervescencia callejera de la gente, como en un rapto divino, a una velocidad inusual y sin aparente fatiga, signos extraños en papeles y materiales de variadísimos tamaños y procedencias (costales, cartones, telas, etc.): una escritura ininteligible para toda cultura humana, pero cuyas inscripciones guardan en realidad un orden evidente, constituyendo un enigma para el transeúnte curioso con alguna preocupación científica. “Escribe compulsivamente, a menudo por las dos caras y mientras lo hace, canta una especie de mantra “Ka Ka Equis Ka” que encuentra su eco en la escritura. A veces también rompe o quema sus creaciones y se unta la ceniza por el cuerpo, completando así una especie de ritual”, se lee en un breve texto que se publicó en internet con motivo de la exposición en noviembre de 2015, en Madrid, de algunas de estas grafías, consideradas en este contexto como arte bruto. (Algunas de estas piezas pueden verse en: https://elhombrejazmin.com/tag/kaliman-de-guanajuato/)

            Luego, durante una entrevista con quien era mi psicoanalista, tuve la primera oportunidad de escuchar una opinión seria sobre él. Es aquí donde hago una digresión, pues me parece que no puedo continuar la exposición sin referirme a esta etapa de mi vida. Yo había recién salido de un estado borderline muy preocupante y, en la opinión de mi terapeuta, aún me encontraba en peligro potencial y necesitaba seguir atendiéndome. Yo, en control químico, desde mi ambición juvenil, quería estudiar, escribir, competir y esforzarme intelectualmente por grandes metas que me había fijado a mí mismo, siendo aún una persona poco adaptada, sumamente nerviosa e impulsiva. Mi terapeuta tuvo que persuadirme de la pertinencia del que había sido el dictamen de las autoridades de mi Universidad: dejar momentáneamente la escuela para dedicarme a una psicoterapia continua y profunda, por lo menos un año. No podía exigirme a mí mismo abarcar de tal modo todos mis caprichos ya que en su opinión profesional podía ser nocivo para mi. Fue entonces cuando ella, una psicóloga joven a la que me referiré por sus iniciales como K.G, me habló del caso Kalimán, con el fin de ilustrarme sobre los riesgos que corren los cerebros que funcionan como una olla de presión.

En su versión, el caso de Kalimán es de referencia médica entre los psicólogos y psiquiatras de la ciudad. Según lo que me platicó, se trató en su momento de un joven estudiante con una inquietud intelectual extraordinaria y con una especie de avaricia desordenada por el conocimiento de las ciencias más avanzadas. Dicen algunos habitantes de la ciudad que Kalimán, en sus tiempos de total lucidez, estudió psicología y filosofía (algunos aventuran que incluso lo hizo en la sede universitaria de Valenciana; pero al parecer nadie lo recuerda allí, por lo que resulta improbable). De otros escuché que se interesaba también en la física cuántica, las matemáticas y las teorías cosmológicas. Se suele decir que era un genio aplicado a la investigación por cuenta propia; y hoy incluso, después de su evidente escisión con respecto a esta realidad, y a pesar de su lejanía respecto a los lenguajes humanos, su autismo, su distonía social y su disociación, es considerado por muchos como un genio. Se suele decir que a veces se pone a discutir asuntos de política, economía o religión, en la calle, con estudiantes, instruidos y profanos; razón por la que muchos lo aprecian y le suelen obsequiar altruistamente alimentos, cigarros y algo para beber.

Sea como sea, tengo esa constancia de que su caso fue observado o analizado por algunos clínicos de la ciudad, quienes atribuyen su brote psicótico, a una severa crisis existencial y emocional al no poder lidiar, después de mucho estudio, con el hecho de que nuestro “conocimiento” de todo, del mundo, es bastante limitado, para muchos pobrísimo, y de muchas maneras especulativo, irreal y arbitrario.

Y es ahora que soy yo el que se sabe especulando y reflexiona con la imaginación. Sé que pienso que es probable que Kalimán haya tenido esa especie de horror ante la grandeza del universo, que hace que el hombre que lo encara de verdad se sienta miserable, ínfimo, perturbado en lo profundo. Creo que casi todos hemos sentido por lo menos de forma muy vaga y difusa esa misma sensación en forma de temor o espanto, del que preferimos apartar el entendimiento para seguir anclados de forma más cómoda a este mundo, haciendo del lado el misterio y el enigma, de todas formas insolubles. Hablo de ese sentimiento, que bordea el misticismo, del que habló Mircea Eliade, y de cuyo pavor, en su opinión, procede el desarrollo de todo pensamiento religioso. Rudolf Otto, quien ha caracterizado esa experiencia bajo el nombre mysterium tremedum, en la que el pensamiento objetivo y materialista se declara insuficiente ante el numen demoniaco e inefable del cosmos, dice que se acompaña de vértigo y que el horror que puede inspirar es el más poderoso que pueda sentir el humano alguna vez. En la interpretación médica de K.V, psicopatóloga, dicha crisis existencial/racional provocó en su carácter ávido y ansioso, finalmente, un quiebre mental, y se entonces produjo ese extraño proceso en el que el yo, invadido por algo más grande que él, se fragmenta, como si se destruyera a sí mismo de puro miedo o desesperación, cediendo su lugar al ello, que queda expuesto entonces en toda su crudeza. Dicho fenómeno se conoce científicamente como psicosis. El ello, recordemos, es esa instancia de la psique humana donde, de acuerdo a la teoría de Sigmund Freud residen los impulsos irracionales, los instintos, las pulsiones sexuales, la agresividad, todo lo que la cultura generalmente obliga a reprimir por la moral, lo condenado por el ego a la oscuridad del sótano, las imágenes oníricas y las alucinaciones, la inspiración poética: el famoso inconsciente.

(Continuará…)

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