I
La violación comienza con la mirada. Cualquiera que se haya asomado al pozo de sus deseos lo sabe. Como contemplar esas fotografías de muñecas torturadas, apretadas cual carne floreciente, aprisionada y dispuesta para la mirada del hombre que acecha desde la sombra. Quiero decir que uno puede asomarse también hacia fuera y atisbar, por ejemplo, en la fotografía de un cuerpo atado y sin rostro, una señal absoluta de reconocimiento: el señuelo que desata los deseos impensados y desnuda su fuerza de abismo insondable. Porque abrirse al deseo es una condena: tarde o temprano buscaremos saciar la sed —para unos momentos más tarde volver a padecerla.
IV
[…]
Con la primera Violeta prohibida fue diferente: ésa olía como el modelo original. Un olor todavía indeciso que ya había percibido en la Violeta de doce años cuando me besaba para despedirse y regresar al internado del que sólo volvía como una promesa quincenal.
IX
¿Cómo se fabrica la piel de un deseo innombrable? Tal vez del mismo modo que se urde el látigo de un castigo. La mirada y el alma tensas como una cuerda para apresar el quejido silencioso de un cuerpo cuyo mayor pecado es precisamente su inocencia.
Fragmentos de la novela Las violetas son flores del deseo de Ana Clavel, editorial Alfaguara.